No soy un cordobés especial, solo alguien del montón. Hace ya 15 años una empresa cordobesa me ofreció la oportunidad de venir a trabajar a Cataluña y acepté. Y aquí sigo, con otro trabajo, rodeado de otra gente, con una hipoteca que me quita el sueño, casado y con un maravilloso hijo de 4 años. Y era feliz.

Ahora ya no lo soy, al menos estos días. Ver la falta de entendimiento, sinrazón y acelerarse los acontecimientos sin que nadie ponga freno me hace sentir como aquel personaje de un libro de mi adolescencia, un verdadero Forastero en Tierra extraña, Tierra que hasta hace poco defendía y me hacía sentir orgulloso de pertencer a ella. Ahora ya no lo siento así, porque es esta propia tierra y sus gentes los que me señalan y quieren hacerme sentir diferente cuando no lo soy, los que me califican de fascista y no demócrata cuando mediante razonamientos y argumentos sólidos intento hacerles ver el Golpe de Estado que estamos viviendo, los que me invitan a marcharme de vuelta a casa cuando hasta hace poco me elogiaban y decían alegrarse de contar conmigo.

Pero aguanto y no cedo. Y es por ello hoy siento la imperiosa necesidad de daros las gracias a todos, porque gran parte de lo que soy hoy en día os lo debo a todos ustedes. A mi familia que supo entender mi marcha y que hoy sé sufre ante la incertidumbre del presente, a mis maestros, compañeros y amigos del colegio Virgen del Carmen, Instituto Góngora y Universidad de Córdoba por inculcarme el buen hábito del saber argumentar desde la razón ante la sinrazón, y sobre todo a Córdoba, ciudad eterna de tolerancia y convivencia, por mostrarme que el dialogo y entendimiento entre pueblos de distinta cultura y religión es posible si un proyecto común los une.

Termino parafraseando a un conocido político independentista: soy un charnego que hace años me enamoré de Cataluña y sus gentes, me acogieron e hicieron sentir catalán como uno más y orgulloso de ello. Hoy en día ni lo uno ni lo otro, he ahí su derrota y he aquí nuestra victoria. Lo malo es que no es cierto, todos perdemos.

Rafael Ángel Casajús Calvento

Tarrasa (Barcelona)