Si hubo en nuestra tierra un hombre con un profundo sentido social, entusiasta de los estudios nocturnos, culto y fecundo, pero con un peculiar estilo, no cabe duda de que para muchos de quienes le tratamos en vida no podría ser otro que don Juan Gómez Crespo (Fernán Núñez, 1910- Córdoba, 1994), a quien recuerdo con auténtica veneración, al igual que a otros maestros de aquella época del Instituto Séneca. Catedrático de Geografía e Historia, conferenciante prolífico e investigador insigne con una extensa bibliografía en su haber, primero en el antiguo Instituto Provincial, del que fuera su director mediados los años cincuenta, al sustituir a don Perfecto García Conejero en el cargo, que simultanearía con la dirección del anexo Colegio de la Asunción, donde residían los alumnos internos del Instituto y profesando más tarde, tanto en el Séneca como en el Góngora, donde se jubilaría, en 1980, tras un largo período de estancia en el mismo. Académico de número y director durante años de la Real de Córdoba, Hijo Predilecto y Medalla de Oro de su pueblo natal, Medalla de Oro de la ciudad de la Mezquita y durante años presidente de su Tribunal Tutelar de Menores, por citar tan solo algunos de los múltiples galardones o actividades que mantuviera en vida. En su juventud, tras formarse en el Instituto Provincial y con los hijos de Don Bosco, cursaría las licenciaturas de Filosofía y Letras y de Derecho entre la Hispalense y la Central, siendo en la universidad de Sevilla donde recibiría las magistrales enseñanzas de don Juan de Mata Carriazo, don Jesús Pavón o bien de don Francisco Murillo, por citar a algunos de aquellos célebres maestros sevillanos, entre los que no podían faltarle para su fina formación jurídica las enseñanzas de don Ramón Carande o bien las de don Manuel Jiménez Fernández, entre otros muchos insignes juristas de la época. Fueron unos años difíciles, los de finales de la dictadura y los del bienio progresista de la II República, muy decisivos por otra parte en su formación académica, en la que, cómo no, influiría también su querido amigo y condiscípulo Antonio Domínguez Ortiz, mi siempre admirado don Antonio, con quien llegó a editar la llamada Revista Universitaria. Después llegaría la guerra, su detención y reclusión en Guadalajara, su paso por los institutos de Nerva, Guadix y Badajoz, las oposiciones a cátedra de Enseñanza Media, en las que fue número uno de su promoción, su permanencia en Cádiz y Córdoba, donde tuve el privilegio de recibir sus enseñanzas junto a su hijo Juan, querido compañero durante años, hoy ingeniero agrónomo y tan caballeroso siempre como su progenitor, con quien coincido con frecuencia y, recientemente, al haber estado con él para gestionar que, en el instituto Luis de Góngora, figurase el retrato de su padre, cuyas clases fueron un anticipo de mi formación universitaria en la Hispalense, siendo para mí un estímulo el poder observar su tolerancia ante los hechos narrados, apreciando su extraordinaria pedagogía, lo que se traslucía en amplios conocimientos y en amor enorme por cuanto bajo la jurisdicción de Clío queda, materia en la que fue el maestro por antonomasia de toda una generación, a los que nos enseñó deleitándonos, por ser lo que enseñaba el eje de su propia vida, no limitándose su actividad a meras lecciones repetitivas sino a todo un conjunto de actividades de tipo práctico y otras incluso más formativas de tipo cultural, que complementaron nuestra formación. Cuando mediados los pasados ochenta Ediciones Gever de Sevilla me hiciera el encargo para que buscase a una personalidad con el fin de que prologara el tomo IV de la colección Córdoba, en el que yo mismo participé en colaboración con varios capítulos, en ningún momento dudé el ofrecérselo a él mismo. Recuerdo el cariño con que me recibió en su casa del Paseo de la Victoria, mostrándome en todo momento su agradecimiento por haberme acordado de él, haciéndome ver de igual modo el aprecio que siempre me tuvo. No hace falta nada más que leerlo para observar que con sus conocimientos el lector se hace con una buena aproximación al contenido del volumen. Me honro por ser su discípulo y de haber estado en algunos de sus homenajes, entre ellos el acto con que nuestro consistorio le dedicara una calle y, cómo no, por ser su heredero, junto a otros compañeros más de cátedra, en las enseñanzas de la Historia. Por ello, cuando el próximo día 26 se cumpla el centenario del nacimiento, no quisiera que pasase sin pena ni gloria en la ciudad universal que le acogiera durante su fecunda vida, por lo que espero sirvan estas modestas palabras para ensalzar su memoria, en la esperanza de que, tras el estío, en su propio centro del que fuera catedrático y director, se le recuerde para las generaciones actuales y del futuro, como siempre mereciera su excepcional persona, que dio más que sobradas muestras de nobleza y solidaridad.

* Catedrático