De lo que dije hace tres meses de que quizá esta crisis de la pandemia podría volvernos mejores, más cercanos y amables con los demás, con el planeta y con nosotros mismos... Olvídenlo. Entre el cabreo por el confinamiento, el malestar por llevar mascarilla sobre la piel de la cara ya sudorosa y con cierta película grasa por el verano cordobés (y aún no ha llegado una buena ola de calor) y lo malacostumbrados que hemos quedado con la sobredosis de decir burradas en las redes sociales amparados en un falso anonimato... Yo casi lo que veo es a la gente en la Nueva Anormalidad con muchísimo menos empatía con los demás que antes. Si me apuran, hasta más cabreada que nunca, saltando a la mínima tras cualquier matiz malentendido. Y eso sin valorar protestas de menaje de cocina.

Verán: hace años, y por lo que aprendí de la política local cordobesa, dejé de distinguir entre políticos de izquierdas y de derechas. Me parecía mucha mejor calificación diferenciar a aquellos cargos electos que ni de coña se creen lo que dicen y esos otros que eran consecuentes con sus palabras: Julio Anguita, por supuesto; ese Rafael Rivas que más que del PP era de AP y se le veía venir sin dobleces, Emilio Aumente, la hormiguita de la política local de Luis Martín Luna, y también... Muchos. Muchísimos. Hay más políticos honrados y currantes no solo de palabra, obra y omisión sino también de pensamiento de lo que ahora nos quieren hacer ver. No se dejen engañar... los hay.

Sin embargo, esta Nueva Anormalidad me ha llevado a cambiar el esquema, sobre todo después de que tanto nos hayan llamado a remar todos juntos. Ahora creo que los políticos se dividen en dos: los que reman y... los que usan la pala para arrearse a lo largo y ancho de la cubierta de la nave. Una desesperanzadora clasificación, porque en toda la plataforma del buque solo estoy viendo a gente atizándose con la pala, mientras cuatro autónomos, cinco trabajadores y unos pocos políticos (más locales que del aparato) bogan en la parte de popa, sin atreverse a subir mucho la cabeza por si se llevan un golpe en el fregado y, además, dudando si echarse al agua y que al futuro del barco... que le den. Y todo eso con el timonel que está en teletrabajo y un contramaestre mirando todo alucinado con cara de decir: «Pero... ¿Aquí qué está pasando?».

Quizá es que uno es un ingenuo y, como se creyó las letras de las canciones y los aplausos a las 8 de la tarde, ahora espera que lo de remar todos juntos sea cierto. Pero, visto lo visto, si alguien se ve agraviado por este comentario que creo basado en un mínimo de sentido común y decide darme con el remo en la cabeza, que sea con la parte plana, que quiero seguir pensando. Aunque cada vez, ya digo, veo a más remeros que a fuerza del precepto «o estás conmigo o estás contra mí» te atizan con el canto sin preguntar matices. No vaya a ser que se te ocurra opinar más allá de lo que mande el partido. El que sea.