Todas las mañanas cuando salgo de casa me cruzo con un peregrinar de escolares que en grupos pequeños o cogidos de la mano de sus mamás (y digo mamás porque son mayoría frente a los papás, así son las cosas) van, sin saberlo, en busca del conocimiento, de los amiguitos -esto sí lo saben y los añoran- y de que llegue pronto la hora del recreo para correr tras el balón y meterle el diente a la merienda. En los últimos días vengo observando que muchos niños (y aquí digo niños porque son ellos y no las niñas) van al colegio vestidos con la camiseta de la selección española, esa que se ha visto vilipendiada por mor de un entrenador ansioso. Un tal Lopetegui que, como buen patriota, ha fijado los límites de su patriotismo en los intereses de su patrimonio. Como no me gusta el fútbol, ni lo sigo ni lo entiendo, por eso digo un tal Lopetegui, porque no sé muy bien lo que ha sido antes de ser el sustituto de Del Bosque, de quien sí sé muchas cosas porque me ha interesado siempre como una de las personas más cuerdas y sensatas de este país. Y además ganó como entrenador el único mundial conseguido por España, después de ser apartado del Madrid por no tener glamour. Esos niños de la camiseta roja con los que me encuentro están más entusiasmados con las probabilidades de España en el mundial de Rusia que el dueño del Real Madrid (otro patriota) y el Bellido Dolfos de esta escaramuza. Por ambición, cobardía, venganza o vaya vd. a saber qué, ni peor ni más inoportuno ha podido ser el asalto del todo poderoso equipo merengue a un entrenador que tampoco es que tenga un gran palmarés. Opinión que fundamento en lo que me dicen mis compañeros de deportes, pues de esto no sé nada. Pero sí veo la cara de los niños que están pendientes del mundial, que coleccionan los cromos de los jugadores, que saben sus nombres, que se pintan los colores de la bandera en las mejillas y van vestidos de futbolistas. Ojalá la chapuza del recambio, muy bien resuelto por un contundente Rubiales, del que me declaro fan por el andaluz tropical con el que se expresa, comprometiendo a otro andaluz como entrenador, Fernando Hierro, sirva de revulsivo a los jugadores para que metan goles y achiquen la megalomanía de Florentino. Y ahora citaré a Montesquieu, por si quieren aprender algo estos señores del fútbol que solo tienen dinero y mal carácter, que en sus Pensamientos decía «Si supiera de alguna cosa que me fuese útil y que resultara perjudicial para mi familia, la expulsaría de mi mente. Si supiera de alguna cosa útil para mi familia, pero que no lo fuese para mi patria, trataría de olvidarla». En un momento difícil para la identidad de España, estas máximas ponen de relieve la mezquindad de quienes solo piensan yo, mí, me, conmigo.

* Periodista