Es cierto que tenemos políticos de cámara (y muchos más de recamara) que maduran durante tiempo excesivo sus decisiones hasta que, en ocasiones, se les pasa el arroz como decimos coloquialmente. Rajoy fue uno de ellos. También Obama crispaba a los suyos al rumiar en exceso decisiones a las que su partido y la opinión pública apremiaban. Los hay también -sobre todo en el último tiempo- que gobiernan a golpe de tuit, o mediante diaria comparecencia o declaraciones en medios. Es muy de políticos americanos. Trump ha transformado, ha diluido el impacto de leyes y decretos al convertirlos en exabruptos y mentiras a primera hora de la mañana; y ANLO, el presidente de México, cada día habla a sus ciudadanos para aburrirlos con rancheras del pobrecito.

Los hay que pueden estar semanas callados o en exhibición penumbrosa, pero en cuanto te olvidas de ellos lanzan un misil político que revuelve el gallinero mundial. Es el caso del presidente ruso, Putin. China es otra cosa. La última gran nación comunista es una apisonadora descomunal, lenta pero que no se detiene jamás ni corrige el rumbo. Por ejemplo, Hong Kong tenía que caer más adelante, pero como la mayoría de sus ciudadanos se ha vuelto díscola ha adelantado el día de su secuestro un par de décadas. ¿Y quién le tose? ¿Trump quizás? ¿Tiene este hombre algún crédito en el mundo en este momento? Solo se temen su desquicies narcisistas.

Existe otra clase de políticos que se adaptan con rapidez al tiempo (no tiempo) del presente. Toman decisiones pensando en la voraz urgencia de los medios y se adentran en las redes sociales como poceros amateur rastreando subsuelos de cloacas y servicios públicos invisibles. Son la mayoría, y están expuestos a todo tipo de meteoros e infecciones. Buena parte de ellos desaparece pronto; pensar rápido no parece que se les dé bien, y las equivocaciones suelen pasar muy pronto factura. De ahí el vaivén de caras de los últimos años.

Claro que en toda situación extrema siempre se imponen, o sobreviven, algunos a los que se termina por imponer una corona de laurel más pronto o más tarde. Uno de estos personajes difícilmente desgastables parece ser el presidente Pedro Sánchez. Se maneja con la intuición y el celo político de un Adolfo Suarez, la determinación ideológica (flexible) de los socialdemócratas alemanes de los ochenta y retiene en el pulmón y las piernas las fuerzas suficientes como para aguantar jornadas ininterrumpidas de trabajo de 16/18 horas. Hasta el momento se atiene a la costumbre de esos arrojados generales que encabezaban las ofensivas al frente de sus batallones. Claro que como muchos morían con las botas puestas, en las escuelas de guerra comenzaron a inculcar a los cadetes que donde más eficaces eran los jefes era en los montículos de observación a buen recaudo de la artillería enemiga. Pero Pedro Sanchez no debió de pasar ese trimestre por la academia.

Así ocurre que lleva a su gobierno al completo, y buena parte del funcionariado, a toda marcha desde el 14 de marzo pasado en que el Consejo de Ministros declaró al país en estado de alarma por la epidemia del covid-19. En primer lugar fue la hombrada de dirigir el país desde la Presidencia del Gobierno de la nación siendo España uno de los países más descentralizados del mundo. Después, miles de páginas de BOE publicando decretos-ley, ordenes ministeriales y miles de urgencias para responder a una pandemia que durante dos meses hizo que nuestro país pareciera más un hospital de campaña gigante que otra cosa.

Pero salimos de ese infierno. Sin embargo, Pedro Sánchez no se ha desprendido del traje de campaña: cuerpo enjuto y fibroso, corte de pelo militar, traje azul ajustado y corbata roja mínima. Lanza este verano todo el paquete verde previsto para desarrollar durante toda la legislatura; acuerda con empresarios y sindicatos medidas económicas y sociales con la intención de que la bolsa del desempleo no desborde y apunta inversiones millonarias en sectores estratégicos e intensivos en mano de obra. Si, con dinero europeo, acumulando más deuda y más riesgo futuro pero tomándole la palabra al FMI y BCE, que ha hecho público que gastemos ahora para que no se hunda la empresa y el empleo como ocurrió en la pasada crisis.

Y la semana que entra viaja por media Europa explicándose ante numerosos dirigentes europeos después de haber conversado con largueza con Ángela Merkel. Sí, este es de los pocos políticos que cimentan la estrategia en la velocidad de su acción, en la osadía y también en la fuerza que le da luchar por las ideas que defiende. También son políticos que confían en el éxito que procura la aventura. Parece que no es tiempo de burgueses conservadores, ni para sindicatos de los años setenta.

* Periodista