El elenco de ministros que Pedro Sánchez ha pergeñado y cuyo nombramiento ha ido facilitando a los medios alambicadamente para crear más impacto mediático, ha recibido un amplio beneplácito, en general, por los que saben de currículos y trayectorias políticas y/o profesionales. Pero lo primero que uno puede exclamar al ver tal catálogo de personalidades, salvando algunas excepciones, es, qué derroche de talento para un gobierno que tiene enfrente no al bipartidismo, ni siquiera a un rival constitucionalista, sino a independentistas, populistas y demás rupturistas constitucionales. El Gobierno de Pedro Sánchez está hipotecado hasta las cejas y lo único que tiene a su favor, paradójicamente, son los presupuestos del Partido Popular. O dicho de otra forma, sin vender su alma al diablo, tiene muy poco margen de maniobra, excepto el del voluntarismo, los brindis al sol, el zapaterismo antropológico y, eso sí, el electoralismo oportunista. Pedro Sánchez con su gobierno, y sus declaraciones de diálogo universal, y de reformas constitucionales a treinta, sesenta y no vengas, está haciendo electoralismo. Está dando a entender a los ciudadanos que el si tuviera mayoría para gobernar sería capaz de ir más allá de lo que ha ido el PP, en el entendimiento político con los extremos que quieren romper no solo la Constitución del 78, sino la geopolítica española. Esto ya lo hizo Zapatero y lo que consiguió fue darle carta de naturaleza en las instituciones políticas a los extremos separatistas y nacionalistas. Pero Sánchez ahora mismo solo juega a las palabras y a las voluntades. Pero los que lo han aupado a la Presidencia del Gobierno más tarde o más temprano le van a reclamar el botín. Tal vez Sánchez no se los dé, pero el tiempo corre a su favor en eso de ganar votos. Mientras Ciudadanos trata de huir del destino del Iscariote, Judas a la sazón y el PP intenta su resurrección. Si esto último no se produce, Sánchez va a elecciones y las gana. El electoralismo de este Gobierno está planteado.

* Mediador y coach