Uno de los interesantes aciertos de Televisión Española ha sido ponerle la cara de un actor al año despedido, recogiendo su semblanza a través de su verbo. El ahora añorado 2019 lo encarnó José Sacristán, mientras que el malhadado 2020 lo ha personificado José Coronado. Quien guioniza estos textos es un periodista con crónicas poco convencionales, que se detienen tanto en el detalle como en lo intangible. Hablamos de Carlos del Amor, cuya sensibilidad ha sido merecedora del Premio Espasa de Ensayo por ‘Emocionarte’, una doble y sutil mirada de la vida de los cuadros.

Del Amor rescata el viejo recurso de vivificación de las cosas, como hizo Antonio Gala en ‘Si las piedras hablaran’. Aquí, son los lienzos los que asumen vida propia. Uno de los elegidos es una obra que pasa desapercibida para muchos de los visitantes del Museo del Prado. Se trata de ‘Los tres viajeros aéreos favoritos’, pintado por John Francis Rigaud en 1785, en plena ebullición de la Ilustración. Recrea uno de los primeros viajes en globo, el primero protagonizado por una mujer -la actriz inglesa Letitia Ann Sage-, dibujados en unas posturas peligrosas para su integridad y nada aerodinámicas, con toda la frivolidad y el ninguneo hacia el peligro que incitan las ansias de aventura. Fue también el último destino del Barón rampante de Italo Calvino, juramentado a no pisar nunca más el suelo terrenal, viviendo en los árboles como un estilita verde, prestando su última y coherente función en el salto a un mongolfiero.

Viajar en globo fue la gran guinda del siglo de la Razón, la osadía de imitar a los pájaros, pero sin gobernar su vuelo. Hoy mismo, la Cabalgata de Sus Majestades de Oriente no tiene fijado con exactitud su itinerario. Habrá un plan B, y hasta un C, a expensas de Eolo, un viejo conocido de los Reyes Magos. Acaso sin pretenderlo, el medio elegido por Melchor, Gaspar y Baltasar para repartir ilusiones es toda una simbología de este arranque de año: elevarse para mirar con más alturas los estragos de la pandemia; impartir urbi et orbe la distancia social, recuperando asimismo la intangibilidad de los anhelos, porque para materializarse los sueños no deben tocarse, sino desearse. Aceptando la precariedad de las canastas y, sobre todo, los caprichos del viento.

Salvador Illa hace tiempo que se montó en globo. No creo que el presidente del Gobierno sea el demiurgo, sabedor del advenimiento de la pandemia incluso antes de los días de Wuhan para ungir a un político con un parecido razonable con Yves Saint Laurent. En la era a.c. -antes del coronavirus- Sanidad era la pedrea de las carteras ministeriales, al ser deglutida su operatividad por las competencias de las Comunidades Autónomas. Hoy se ha convertido en la pista de salida para la candidatura catalana de otro hombre tranquilo, que nada tiene que ver con el boxeador irlandés protagonizado por John Wayne.

A Illa le son favorables las encuestas electorales, indicio de que en este país el serlo y el parecerlo se meten en una túrmix, porque del ministro potencialmente cesante hay una valoración tan confusa como las revueltas de la gallina ciega. Ha aflorado el talante, la discreción y la moderación, cualidades que necesariamente no tienen que ser antónimas del carisma. Otra cuestión es el poso de su gestión, pues solo el tiempo podrá enrasar una actuación sustancialmente mejorable. Reyes en Globo, los deseos donde siempre estuvieron: en el cielo.

El puñetero Bob Dylan vuelve a llevarse el gato al agua: la respuesta está en el viento. H

* Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor