El hombre ha sentido siempre la necesidad de medir el tiempo, quizás porque desde muy pronto fue consciente de que marcaba su propia finitud; pero también por la necesidad de organizarse y poner nombre a las estaciones, sistematizar los ciclos de la naturaleza y fijar las fechas de sus fiestas anuales o entender la esquiva dinámica del universo. Los romanos no fueron excepción, y a ellos les debemos entre otros muchos logros el calendario juliano, en vigor desde el año 46 a.C tras ser implantado por Julio César, hasta 1582, cuando el Papa Gregorio XIII lo sustituyó por el Calendario Gregoriano, aún vigente. El Calendario Juliano dividió ya el ciclo anual en 365 días y 12 meses, si bien perdía unos tres días cada cuatro años --diferencia que corregiría el Gregoriano--, y en él los inicios de cada mes recibían el nombre de calendas (de ahí calendario), siendo las de marzo las que hasta su implantación daban origen al año. Recuerdo estos datos para explicar el porqué del nombre asignado por nuestro Ayuntamiento al festival romano que, a la manera de otros como Tarraco Viva o Emerita Ludica, y en la estela fiel de Arqueología somos todos, han venido aglutinando entre el 22 de febrero y el 17 de marzo conferencias, rutas, talleres, viajes y recreaciones históricas. Una iniciativa loable, que aplaudo sin reservas por lo que representa de compromiso institucional inédito con la arqueología y el pasado romano de Córdoba, muy necesitada de propuestas de este tipo que diversifiquen la oferta cultural, eduquen sobre la trascendencia de su riquísima historia, y conciencien sobre la necesidad de estudiar, conservar y difundir nuestro acervo patrimonial, al tiempo que pongan en evidencia las posibilidades turísticas y económicas del mismo.

Reflexionaba con cierta tristeza sobre ello con motivo de la celebración durante el festival de munera gladiatoria en la explanada trasera del Rectorado, donde se ubican los restos del antiguo coliseo patriciense; un anfiteatro que empezamos a excavar hace ya quince años, y que para oprobio general sigue durmiendo el sueño de los justos, sin que las instituciones responsables sepan encontrar las vías adecuadas mediante las que potenciar la investigación, terminar las excavaciones y poner en valor sus restos convirtiéndolos en lo que debieron ser desde el principio: un centro de interpretación sobre el papel que los ludi --espectáculos gladiatorios, escénicos y circenses-- desempeñaron en el ocio, la política, la ideología imperial y la munificencia pública durante la etapa romana. Viendo las fotos del evento, que no cuestiono en absoluto desde el punto de vista de su fidelidad histórica --las recreaciones son una de las vías de futuro para muchas empresas de carácter patrimonial--, no pude evitar un escalofrío: se estaban evocando las glorias de un edificio cuyas ruinas llevan más de una década criando jaramagos para vergüenza de todos. Un despropósito que alcanza tintes berlanguianos si miramos alrededor y vemos cómo otras ciudades y pueblos de nuestro entorno enfrentan su patrimonio de época clásica.

Córdoba guarda una de las colecciones más completas de epigrafía funeraria gladiatoria del occidente del Imperio, lo que pone en evidencia la importancia de su anfiteatro y abona la hipótesis de que pudiera haberse ubicado en ella la única escuela de gladiadores de Hispania, donde los luchadores entrenarían y llevarían una vida tan convencional como permitía su arriesgada profesión, con frecuencia en compañía de sus esposas y quizás también sus hijos. Tenemos constancia de una familia gladiatoria identificable tal vez con un collegium funeraticium encargado de garantizar a los caídos en la arena los ritos funerarios básicos, una tumba digna y su correspondiente epitafio. Ninguna duda por tanto sobre la potencialidad patrimonial de tal edificio, que necesita de acciones inmediatas. La institucionalización anual de Kalendas ha de ser celebrada y apoyada, pero sin olvidar que, como en Mérida o Tarragona, representa el final del proceso, no el inicio; que la arqueología cordobesa sigue a día de hoy huérfana de planificación, inversiones estructurales y carácter estratégico; que la difusión sólo alcanza su pleno sentido desde la investigación rigurosa y sostenida; y que resulta cuando menos paradójico basar esta última en lo que antes hemos destruido o se pudre en sótanos y garajes, ajeno por completo al discurso cotidiano de la ciudad histórica y al público. Las actividades celebradas en el marco de Kalendas son solo algunas de las infinitas posibilidades que ofrecen arqueología, patrimonio y conocimiento; pero si nos limitamos a ellas y las centramos en divulgación y espectáculo solo unos días al año, estaremos sencillamente empezando la casa por el tejado.

* Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba