Trato de imaginar el momento interior de Felipe VI al repasar su discurso. Al haberlo leído por primera vez, al ajustar varias de las frases para ganar alguna familiaridad entre la puntuación de las palabras. Esa respiración, ese pecho abierto de una voz. Tratando de entenderlo desde aquí, tiene que ser difícil dar cuerpo y templanza a unas palabras que quizá no reflejan tu manera de sentir la verdad. Ese nervio interno que es el yo. Ya sé que del Rey no se espera que exhiba una opinión propia, sino que permanezca. Pero imagino que será complejo dar el paso siendo totalmente consciente de que se sale a la palestra, y no al escenario más cordial de la felicitación navideña. Imagino que el Rey podrá pensar, sobre los tiempos de su padre, lo mismo que pensamos muchos escritores actuales de la generación de novelistas que salieron a la luz en los 80: que habiéndolos muy buenos, se llevaron la bonanza calentita y luego mantuvieron el abrigo festivo de las ascuas. Que era estupendo ser novelista cuando se compraban libros a mansalva y las opiniones de los críticos en los muchos suplementos culturales de entonces eran seguidas de verdad por una población que todavía entendía que leer despertaba pasiones e intereses mucho más humanos, delicados y finos que una serie de televisión. Era estupendo ser escritor, periodista o Rey en los años 80, en un espacio ganado con el sudor de la frente, pero también al viento alegre de unas circunstancias económicamente favorables. Y los hijos ahora luchan contra las ventoleras pasadas de los padres y el Rey Felipe VI apura un mensaje que solo escuchará con verdadera atención la jauría que espera el hueso de lo que no dirá. A mi generación le ha tocado educarse con unas estructuras imperfectas, sí, pero que sostenían la convivencia y se han dinamitado. La generación siguiente ha nacido a los pies de ese derribo. Y todos levantamos la cabeza entre los cascotes para poder tocar el horizonte, que también llegará.

* Escritor