Uno de los asuntos curiosos del columnismo es que te levantas una mañana mientras Venezuela está al borde de una guerra civil y acabas hablando de Núria de Gispert, la exdirigente de Unió Democràtica que ha llamado cerdos a Inés Arrimadas, Enric Millo, Dolors Montserrat y Juan Carlos Girauta. El proceso de selección del tema en sí tiene varios filtros, a saber: actualidad, gravedad y cercanía. Y hasta estado de ánimo, porque uno ve que hay noticias más proclives al decaimiento cierto, si se sufre, o al entusiasmo de vivir. En el caso de Núria de Gispert ya no puede crear indignación. En realidad, creo que nunca ha podido suscitarla: más bien un largo hastío, más bien una indiferencia disfrazada de normalidad que sin embargo guarda sus aristas. Porque si sucediera al revés, si Cayetana Álvarez de Toledo, por poner un ejemplo contrario en todo a Núria de Gispert, o si Inés Arrimadas, que en un estilo distinto es también un ejemplo contrario en todo a Núria de Gispert, si cualquiera de las dos hubiera caído en la tentación de responder en los mismos términos, o hubiera tomado la iniciativa de llamar cerdos a algunos independentistas radicales con nombres y apellidos, con rostro y con hocicos constatados y próximos, les habría caído encima, en aluvión, la total reprobación pública. Es uno de los logros del independentismo: la arbitrariedad en las valoraciones, la doble vara de medir de las actuaciones, los discursos y las declaraciones. Si un españolazo como cualquiera de nosotros se hubiera dedicado a soltar las lindezas sobre los independentistas que la señora Gispert o Torra han ido publicando sobre los políticos no independentistas o sobre los españoles en general, tendríamos a muchísima gente lamentando el tremendo desatino y llamándonos al orden; lo que estaría bien, desde luego, siempre que también se hiciera de igual forma en el caso contrario, como es la situación. Sin embargo aquí nadie se da por aludido, como si al insultar a Arrimadas, Millo, Montserrat y Girauta, no se estuviera insultando al resto de los ciudadanos o a cualquiera que no sea, como Gispert, como Torra, un independentista supremacista, un racista o un nazi catalanista.

Alguien vendrá ahora a asegurar que aquí no se ha llamado cerdo a nadie, sino que solo se les ha comparado con cerdos. El idioma independentista de siempre y su lenguaje sutil. Pero Gispert es una veterana: en no pocas ocasiones ha pedido a Arrimadas que se vuelva a Cádiz, como si Cataluña, levantada con el sudor y el esfuerzo de los andaluces, los extremeños y los murcianos emigrantes que encima les han dado, por derivación, parte de su mejor literatura --o sea, Marsé--, le perteneciera; y hace muy poco, el día de las elecciones, le ha vuelto a advertir, en plan mafioso: «Te quedan cuatro días, tu éxito ha sido efímero, cómo criticas que no te saluden cuando tú no has parado de escupir bilis contra dos millones de catalanes. Haz rápido las maletas no se te escape el tren». Este jueves publicó un tuit en el que celebraba la marcha a otras comunidades de políticos catalanes del PP y de Ciudadanos, acompañando el mensaje con un texto en el que relacionaba ese dato con que «Catalunya aumenta sus exportaciones» en el sector porcino. Y luego, de remate: «Por todos vosotros, por aquellos que desean que vuelva la dignidad a nuestras instituciones». Como si la dignidad consistiera en ir por ahí llamando cerdo al personal, que es lo que se ha llamado a los judíos toda la vida, marranos, y después a los judíos conversos, y después los nazis a cualquiera que le pareciera que podía ser judío. Este es el campo semántico, con sus turbias raíces, entre el que se mueve la Gispert.

La Generalidad le ha concedido la Cruz de Sant Jordi. No parece que sea por sus desvelos como expresidenta del Parlamento catalán, así que será por su faceta de poetisa tuitera comprometida con el excremento verbal. Además, son cobardes. Poco después se retractó: «Nunca he querido llamar cerdo a nadie. Y me duele que mucha gente lo haya querido ver así». Claro, porque lo que te duele es la verdad. Tía, asúmelo. Los has llamado cerdos y ya está. Yo jamás te llamaría cerda, para empezar, por respeto a este periódico y a sus lectores; pero también por respeto a mí mismo. Y además no haría falta, porque en esto, como en todo, cada uno se define por lo que escribe, lo que declara o lo que escupe. El problema aquí no son los vaivenes, las idas y venidas, de cada perturbada o perturbado, sino la generalización de la gangrena.

* Escritor