Pablo Casado buscó esta campaña un perfil moderado, institucional; moduló el tono, inclusó dejó crecer una barba para darse aires de hombre de Estado. Constatado el fracaso del giro a la derecha que el PP había protagonizado las pasadas elecciones, no había otra, pensaron en Génova, que volver al centro, ese lugar donde según la teoría se posiciona la mayoría de la ciudadanía.

Un grupo parlamentario con sólo 66 diputados y diputadas (sólo nueve más que Ciudadanos) hacía urgente dejar solo a Vox en el que se suponía estrecho nicho de la extrema derecha. Anoche se vio que el cambio de rumbo fue acertado, pero sólo a medias. Casado ha logrado sumar 23 escaños y reducir la distancia con el PSOE. Prácticamente ha triturado al partido que más quebraderos de cabeza le ha dado en los últimos tiempos. Ciudadanos ya no es problema, pero al PP le ha crecido otro, un tumor maligno que todo apunta le costará más extirpar. La ultraderecha ha impedido a Casado crecer lo suficiente para poder recuperar la hegemonía perdida, ese voto más con el que el dirigente soñaba. No ha sido así, el bloque de la derecha suma más que el de la izquierda, pero no lo suficiente y el escenario sigue abierto y bloqueado.

El PP, pese a salir reforzado, se queda en una complicada situación. Habrá presión para un abstención que, en principio se antoja complicada ya que las condiciones que Génova pareció insinuar ayer (que Sánchez se aparte) parecen difíciles de cumplir. A partir de ahí y, si finalmente Pedro Sánchez logra la gesta de cerrar un Gobierno, Casado no podrá postergar más la asignatura que tiene pendiente desde que ganó las primarias. Sin horizonte electoral cercano toca mirar a su propia casa donde las cuestiones internas siguen pendientes. Tendrá que afianzar un liderazgo que aún es débil, hacerlo desde de la oposición y con un parásito dentro llamado Vox.

* Periodista