En política nacional y especialmente en política internacional siempre se han contado mentiras como la catedral de Burgos a lo ancho y han colado, aunque cada época ha tenido su método. Ramsés II, nada menos y ya en 1274 a.C., con la técnica de la autoridad suprema y la de que «nadie sabe lo que pasa a menos que yo te lo cuente», porque aún no se había inventado la televisión, dijo que había ganado la batalla de Kadesh cuando en realidad los hititas le endiñaron de firme. Otros ejemplos en esta categoría son Alejandro Magno, que entró en la Historia tanto por sus conquistas como por sus cronistas; al igual que Julio César, que hablando de él en tercera persona en La Guerra de Las Galias se hizo un hueco en la antigüedad más por su «gabinete de prensa» que por sus legiones.

Otro método de hacía pasar un mensaje falso por verdadero en la política fue el arte de la oratoria. Ahí están demagogos atenienses geniales, como Arcibiades, que metieron a su ciudad en fregados catastróficos mientras ellos salían siempre de rositas cambiándose la chaqueta. O ese tercer sistema, el del ministro de Propaganda de la Alemania nazi, Joseph Göebbels. Ya saben, aquel a quien se le atribuye la frase «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad».

Pero hoy en día, en la política nacional y en la internacional de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Rodrigo Duterte o Matteo Salvini... ¿Qué método se emplea para convencer y hacer que se acepte una burrada falsa o al menos no se reaccione ante ella? Pues bien, fue mi amigo Abilio el que hace un par de día me explicó su teoría: «Hoy en día se convence... por aburrimiento, por puro cansancio». Verán: primero, se lanza el mensaje a los medios, que hacen lo que pueden para cuestionarlo o profundizar porque bastante tienen los periodistas con sobrevivir a las peonadas que echan. Así que se cita la fuente, como debe ser, y se rebota parte del contenido de la nota de prensa. Luego, las redes sociales repiten el mensaje, hay unas horas de cabreo y comentarios y, al poco tiempo, con todo el público saturado por una noticia que se queda vieja a cada minuto que pasa, la gente se pone a ver otras cosas: bien de política también, tutoriales de manualidades, vídeos de gatitos, estampitas con frases de Paolo Cohelo... Y al día siguiente nadie oirá ninguna reflexión crítica porque el tema ya le sonará a viejo.

Vamos tan rápido que parece que hemos renunciado a tener memoria en cuestión política a un día vista, mientras que también da la sensación de que hay políticos encantados con este alzheimer global que recuerda cuatro tópicos de hace décadas pero olvida lo que se ha dijo la jornada anterior.

Ahora bien, si tenemos que comparar a través de la Historia entre métodos para engañarnos, que hoy en día se gane el debate político por aburrimiento y por un inmediato olvido tampoco parece decir mucho de nuestro tiempo.