En la jugosa correspondencia entre el autor de Fortunata y Jacinta y el de Vilaniu, febrero de 1886 señala un vértice trascendente. En esta fecha, D. Benito abandonará los circunloquios y estilo indirecto para abordar ya frontalmente la cuestión catalanista. Su activismo político como diputado (mudo...) sagastino en el que sus conmilitones llamarían más tarde «Quinquenio glorioso» (1885-90), tal vez le inclinara ya por tal postura, dada la deriva cada vez más radicalizada que ofrecía «la cuestión catalana» en el marco de una Restauración plenamente asentada, pese a algún evento de pasadas épocas como el pronunciamiento del general Villacampa, en el mismo año de 1886, rápidamente abortado.

«Me da dolor -escribía Galdós a N. Oller- verle a V. con sus ideas separatistas. Cuestión grave e esta, y que sería mejor tratarla de palabra. Pero, hijo de mi alma, si los separatistas debemos ser nosotros. Si son Vdes. los hijos mimados de la nación. Vdes. Son el hereu y nosotros los segundones. Si para Vdes. es todo. Si los fabricantes son los que regulan el comercio general, y son árbitros de todo. Separatistas nosotros que vivimos sacrificados a las exigencias de una industria que no acaba de perfeccionarse. ¿Para qué trabajan Vdes. más que para abastecer nuestros mercados? ¿Qué quiere decir protección, más que la obligación en que estamos todos de comprar a Vdes. el producto de sus talleres? O yo estoy tonto o protección y separatismo son términos antitéticos. A no ser que Vdes. al separarse de nosotros, den a su industria una perfección súbita, que les permita llevar sus algodones a Inglaterra, sus sederías y bisuterías a Francia, sus aguardientes a Alemania, y a invadir el mundo de productos catalanes. Separarse de nosotros ¿y para qué? Buen pelo echarían Vdes. Dice Vd. que es un anhelo honrado. Añada V. suicida y habrá completado el pensamiento». (Apud P. Faus Sevilla, La sociedad española del siglo XIX en la obra de Pérez Galdós. Valencia, 1972, pp. 291-92.)

Pese a la mitigada o sofrenada aspereza del precedente texto, no tardaría D. Benito en recuperar su cortesía e, incluso, su sincera empatía por el Principado, sus gentes, pasado y presente, circunstancia que presta, si cabe, mayor fuerza a su argumento central, según la línea habitual de todos los catalanófilos al sur del gran padre Ebro. En uno y otro pasaje de su carta, la acuidad es el común denominador: «(...) le diré que me gusta mucho Cataluña, y muchísimo Barcelona, cuya actividad y genio industrial admiro como el primero. Soy de los que admiran lo productos catalanes, y no de los que los desprecian sin saber lo que dicen. Añado a esto que cuantos catalanes he tratado en mi vida me han sido simpáticos. Creo que esta región es un contrapeso indispensable en la vida española, un elemento del cual nos es imposible prescindir. Si creo que Cataluña muere separada de Castilla, creo también que Castilla viviría mal sin Cataluña. No me hable V. de separatismo, idea que solo cabe en esas molleras envanecidas del café de Pelayo». (Ibid., p. 292.)

...Tras la lectura de esta misiva del enjundioso epistolario Narciso Oller-Benito Pérez solo es dable, desde la perspectiva actual, lamentar hondamente que, a más de un siglo distancia, el diálogo entre Cataluña y el resto de España siga estancado en los parámetros que tanto dolor provocarán en el máximo creador de humanidad que registra la, a todas luces y sin chauvinismo alguno, incomparable cultura española.

* Catedrático