A través de la información proporcionada por uno de sus colaboradores más estimados, el anciano cronista conoce la venta de algunos de sus libros en la más benemérita quizás de las loables «librerías de viejo» de una gran ciudad de Andalucía (-Las devastadoras consecuencias económicas de la bíblica crisis del coronavirus ¿tendrán como secuela venturosa el renacimiento de tales nobles establecimientos? Tal vez no sea esta una suposición por entero gratuita y ojalá que pronto pueda despejarse la duda...-).

Entretanto dicho día llega, el articulista vivirá desazonado al imaginar el amplio tramo de su intimidad más recatada que la citada venta pondrá a una luz no deseada. El hecho, desde luego, no es insólito y entra de lleno en la muy sabia sentencia horaciana acerca de la suerte o destino siempre inciertos de los libros de los lletraferits. La muy antigua y plausible costumbre de dedicar estos sus obras a curiosos y amigos y la imposición hodierna del mercado a autores noveles y consagrados de estampar su firma y unas palabras de empatía o gratitud en los ejemplares vendidos al público en actos y jornadas ad hoc, determina, de forma casi ineluctable, el convencionalismo que caracteriza a la mayor parte de tales dedicatorias. Aun así, sin embargo, resulta en extremo difícil a la pluma más prudente y sentimentalmente contenida no deslizar en ciertas dedicatorias algún rasgo de su psicología más honda y oculta a la mirada o consideración ajenas. Al formar parte esa circunstancia, como queda anotado más arriba, del oficio de escribir no debe concedérsele a ello mayor importancia que la de uno de sus no pocos gajes, relegados al mundo de la anécdota.

Con todo, empero, el articulista no se muestra demasiado convencido de esa argumentación, dada su concepción de la verdadera entidad de las dedicatorias. En su opinión, estas han de ser en lo posible personales e intransferibles, con alusión a rasgos propios y específicos de la biografía del presunto lector o lectora; y a ello se ha atenido desde hace más de medio siglo en que iniciara su modesta pero muy entusiasta tarea de emborronar cuartillas sobre su especialidad profesional, como asimismo acerca del excitante universo literario, con parada y fonda en algunas de sus muchas mansiones y posadas. De ahí que ahora albergue no poco temor frente al hecho de que su vehementia cordis, a la hora de redactar la dedicatoria de sus trabajos, sobre todo, conforme es lógico, los de la ardiente juventud, coloque coram populo momentos y pasajes de su intimidad, con protagonismo único y exclusivo del dueño o dueños de los libros incluidos en la ocasión señalada en las siempre penosas almonedas bibliográficas o librescas.

Mas volvamos al clásico. Habent sua fata libelli... Por encima de la contrariedad del anciano cronista se halla, por supuesto, la desdicha, o acaso quizá el desgarro, que el destrozo de una biblioteca que ha dado sin duda sustancia a toda una vida, implica para su antiguo poseedor. Situado ante esta perspectiva, el pesar del autor cede absolutamente a la tristeza del destinatario de la porción de sus textos que formaron parte del añorado catálogo de la alhaja tal vez más entraña de su patrimonio existencial.

* Catedrático