Lo siento, hijo mío; este mundo es así. Cristo nos lo dice: «Vosotros no sois de este mundo». Siempre ganan los canallas, los egoístas y los violentos. ¡Quién no puede someterse a ellos! En este mundo no hay sitio para los inocentes limpios de corazón que conservan en su pecho la ternura. Vienen a este valle para fracasar hasta su muerte. Este mundo es del abismo, del grito y del vacío. Nieblas. Brumas. Noche. Y más oscuridad. Acabar siempre en el mismo lecho abandonado. Este mundo es de los que no necesitan el amor, porque lo roban o lo acechan y lo cazan para destrozarlo. Se alimentan de la esperanza de un alma en su ilusión de creer y de vivir; le clavan sus colmillos de bestia y succionan la vida, gota a gota, sentimiento a sentimiento. Son los malos, que salen de los cuentos y se esparcen por el aire. Nadie les cree su violencia hasta que no han destruido a su víctima y vuelan en la noche a por otra. Lloro por ti, por tantas sonrisas inocentes como ahora mismo están siendo apaleadas y humilladas. Ya sé que mis lágrimas no sirven para nada, porque estoy solo y nunca vendrá nadie. Pero elevo mi oración al buen Dios para que nos recoja pronto en su seno y podamos descansar de tanto daño. ¡Cuánto sufrimiento sin luz! Tú, que ya reposas en ese mundo en paz, reza por mí, extraviado siempre, inservible, inútil, incapaz. Te escribo sin encontrarme el corazón, hijo mío. Lo busco, y lo veo más lejos cada día, huyendo del horror. Te he conocido por tu muerte. ¡Cuánta tristeza inagotable! Jamás encontraré respuesta. La soledad va ahondando sus raíces. El silencio extiende su horizonte. Callar y seguir por esta estepa de desolación; solo la nada, inmensidad de viento, anochecer, frío, fracaso. ¡Oh Dios mío, apiádate de nosotros en este triste exilio! ¿Para qué sentir? Ya sé que no debería quejarme, porque aumento la violencia de los que no aman; ya sé que sería mejor disimular la pena, pero ya no espero que ningún sufrimiento me sorprenda. Te veo en una foto y ya no estás; ya no ocupas tu dulce espacio de alegría. Mañana amanecerá con más espinas y tiniebla. Contaré cuánto me falta aún para acabar de andar. Pero algo me obligará a no enterrarme al borde del camino, porque me susurrará que se abrirán tus rosas y alguien las disfrutará.

* Escritor