Para bastantes cordobeses las vacaciones de verano son ya una realidad. A otros aun les quedan algunas semanas. Pero, tanto en uno como en otro caso, muchos seguro que se habrán acercado alguna noche a las reservas Starlight del Valle de los Pedroches. Y quizá hayan podido estrenarse como cazadores de estrellas junto a la ermita de la Virgen de la Luna o en las proximidades de la aldea del Cerezo. A ello anima no solo la novedad de la oferta recientemente habilitada sino la posibilidad también de disfrutar de los bellos paisajes de la zona y de las propuestas de la magnífica guía editada por el Patronato Provincial de Turismo/Diputación.

Hay muchas maneras de contemplar el cielo, pero cuando éste se abre al Universo el espectáculo es realmente sobrecogedor. A mi la afición me viene de mi época de Colegio Mayor, cuando un grupo de colegiales decidimos comprar a escote un telescopio «buenecito», dentro de nuestras posibilidades económicas, para adentrarnos en los mares cósmicos de Carl Sagan. Se lo encargamos a un compañero de Tenerife por razones obvias. Allí estaban más baratos y había una mayor diversidad de ofertas. No en vano la isla comenzaba a destacar como observatorio astronómico de rango internacional.

Con él pasábamos noches enteras observando a la vanidosa Casiopea, adentrándonos en los misterios de Orión, en los anillos de Saturno, capturando alineaciones planetarias y por supuesto toda clase de lluvias de estrellas. Como prácticamente todos éramos de puerto de mar supongo que lo de navegar por el Cosmos lo llevábamos en el ADN. Del club formaba parte también el que fue rector de la UCO Vicente Colomer, por entonces estudiante de Físicas, quien consiguió un lleno histórico del salón de actos comentando la ecuación de Drake sobre la posibilidad de vida inteligente en nuestra galaxia capaz de emitir ondas de radio detectables. Drake, impulsor de los programas Ozma y Seti, se inspiró en un trabajo de Fermi al que no se le ocurrió un día otra cosa que calcular cuántos afinadores de piano podría haber en Chicago. Asi que mutatis mutandis...

Por cierto que este año las Perseidas se podrán ver en agosto en magníficas condiciones. Habrá poca luz de luna y «caerán» a un ritmo de 100-120 a la hora. Es la tercera «lluvia» mas copiosa tras las Cuadrántidas en enero y las Gemínidas en diciembre. Como se sabe no se trata de estrellas sino de fragmentos de materia que se incendian fugazmente al entrar en la atmósfera terrestre cuando nuestro planeta atraviesa restos de colas de cometas. De aquí que vayan asociadas a ellos (en este caso al Swift Tuttle; las de Halley son las Oriónidas en octubre). Su denominación se realiza conforme a la constelación de la que aparentan proceder. Asi que desengáñense. Para las estrellas los únicos fugaces somos nosotros.

Otra manera de contemplar el cielo es hacerlo sin aparataje. Por ejemplo, de madrugada, desde una playa, poniéndole como música el fragor del mar mientras las olas dibujan dragones de espuma al romper en la orilla. La excusa perfecta es tratar de cobrar alguna lubina o similar (a fuer de sinceros lo que caiga será bienvenido), empeño casi siempre abocado al fracaso. Pero la conjunción del mar y el cielo estrellado tiene algo de primigenio. Es como recibir ecos de hace millones de años desde una bóveda brillante donde se apiñan en un arco destellos y nebulosas (por la posición de la Tierra nosotros vemos la Vía Láctea «de perfil») conformando ese particular aspecto «lechoso» que da nombre a nuestra galaxia. Es imposible que no haya alguien ahí. Tiene algo de hipnótico y de relax metafísico del que solo se sale al notar un pequeño tirón en el sedal. Las cosas se vuelven entonces más prosaicas pero no menos emocionantes. Además los espíritus inquietos malo será no detecten alguna luz misteriosa o algún fenómeno extraño que indagar.

... Lo que nos lleva a una tercera manera de acercarnos al espacio exterior. «Manteneos vigilantes... Mirad al cielo...». Los aficionados al cine recordarán esta célebre frase que cerraba uno de los grandes clásicos del género allá por los años 50, su época dorada. Era ‘El enigma de otro mundo’ dirigido en los créditos por Christian Nesby, pero con Howard Hawks de productor (y codirector en la sombra). Hawks fue el que escogió para el guion un cuento de Don Stuart (sinónimo del gran John Campbell) ‘Who goes there’, publicado en Analog y que hoy forma parte de todas las antologías del género. En especial por sus descripciones. Era una época en que todo el mundo miraba hacia el cielo... Y veía de todo. Especialmente platillos volantes.

Por cierto que este 31 de julio, según me dicen, Marte estará a una distancia mínima de la Tierra. La última vez fue en 2003 y la siguiente, en que aún estará más cerca, será en 2035. Una magnífica ocasión para observarlo. En cualquier caso ándense con cuidado y no hagan mucho caso a la radio. Hay mucho bromista suelto soñando con emular al Mercury Theater.

* Periodista