Nos acercamos ya, de nuevo a la cuaresma, y la liturgia de la Iglesia en las lecturas dominicales parece que quiere subrayar con fuerza el argumento central del cristianismo, proclamando un pasaje de Lucas, en el que Jesús plantea con radicalidad lo que es y significa el amor cristiano: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian». Duras palabras, hermoso argumento. Es evidente que lo más claro y lo más patente que cualquiera encuentra en este texto del evangelio de Lucas, tan genial como radical, es que lo más básico y elemental, en la vida de cualquier cristiano, tiene que ser la bondad sin límites. Una bondad con todos y en todo momento y situación, por muy dura que resulte, se viva o sea. Amar siempre, perdonar siempre, derrochar generosidad siempre, aunque se trate del peor enemigo, del más indigno y miserable de los seres humanos. Los comentaristas coinciden plenamente: «El centro y el eje de la vida de los creyentes en Jesús, tiene que ser siempre la bondad, la generosidad, la caridad, el amor fraterno». Todo lo que no sea eso, es salirse del cristianismo. Vivimos en una sociedad donde es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: «¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto?». Todo lo calculamos y medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión... Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios. Pero el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior... no se obtienen por dinero. Son algo gratuito.que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro. Los primeros cristianos, al hablar del amor, utilizaban la palabra «ágape», precisamente para subrayar más esa dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido solo como «eros» y que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo. Aquel gran profeta que fue Hélder Cámara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo». Bueno será, hoy domingo, en esta hora siempre apasionante de la historia leer con el corazón esta página del evangelio para descubrir la fuerza transformadora del amor. ¡Y de paso, pensar que una inmensa mayoría de problemas tienen su raíz poderosa en el desamor, en el odio, en la injusticia, en la cerrazón egoísta que ahoga todos los caminos y mata todos los sentimientos! El amor cristiano tendrá siempre tres hermosos destellos inolvidables: la universalidad, a todo el mundo, sin excepción; la efectividad, no solo palabras, sino obras; la motivación, la razón de ser, la «filiación divina», que ahonda en el sentido fraternal de la historia.

* Sacerdote y periodista