La investigación histórica atraviesa varias fases, desde la inicial de decidir cuál debe ser el objeto de la investigación hasta el último, cuando la damos a conocer. En medio hay varias tareas, si bien lo más apasionante es la búsqueda de las fuentes originales. Siempre recordaré cuando de estudiante acudía al archivo municipal de mi pueblo. No tenía plan investigador, me limitaba a abrir legajos, leer y rellenar mis fichas, solo más tarde aprendí la necesidad de partir de un proyecto con el tema a estudiar. Resulta emocionante el manejo de fuentes primarias, y esa sensación aumenta si utilizamos documentación privada. Lo experimenté al trabajar con el diario de un anarquista aragonés que narra su experiencia durante la guerra civil, sobre todo cuando expresa sentimientos, que sin duda no imaginaba que alguien pudiera leer años después. En un Congreso sobre autobiografía presenté un comentario sobre dicho diario, más tarde incluso establecí contacto con un sobrino, que aún vivía en el pueblo del que era originario su autor, y esto me permitió tener correspondencia con su hija, residente en Bruselas, ya que aquel hombre salió al exilio tras la guerra.

Pero en la mayor parte de los casos recurrimos a documentación pública, y si es prensa podríamos añadir que publicada. Para la historia contemporánea la prensa es fundamental, si bien debemos tener una información previa acerca de la cabecera que consultamos, es decir, a qué intereses responde, si son estrictamente empresariales (económicos), si tiene algún objetivo de carácter político, que en su versión más extrema puede ser la prensa de partido, y cuál es el espacio dedicado en sus páginas a la mera información, así como quiénes son sus colaboradores, si pertenecen a una misma tendencia ideológica o si por el contrario es una publicación que diversifica las corrientes de opinión. En algunos casos todo esto está muy claro, en otros no tanto, ejemplo de lo primero vemos en un periódico de un pueblo cordobés donde la respuesta de un sacerdote al joven que le consulta acerca de cómo debe ser la mujer con la que se casara era la siguiente: «Una mujer de poca fortuna, que sea humilde, que tenga por costumbre oír misa todos los días; que mil veces que por su casa pases la veas recogida; que al hombre mire sin ilusión alguna, y que a un fuerte amar, conteste con débil dulzura».

Hoy no solo disponemos como fuente de la prensa escrita, están también la radio y la televisión, aunque a veces nos facilitan el trabajo, como hizo Victoria Prego al reunir en un volumen los programas dedicados a la Transición en Televisión Española, que abarcaban desde el asesinato de Carrero Blanco hasta las primeras elecciones de 1977. También Manuel Ventero reunió en un libro las entrevistas realizadas en Radio Nacional con motivo del 25 aniversario de la Constitución. De hecho, hay trabajos que ya citan informativos de televisión. Y en este punto me permito una apreciación particular. A pesar de la aparición de las televisiones privadas, me he mantenido fiel a los informativos de la televisión pública. En ella, cuando hay elecciones, los profesionales se quejan de que la información sobre la campaña no pueden basarla en criterios periodísticos, sino con los marcados por la Junta Electoral. Me parece bien, sin embargo no veo su queja cuando dan como noticia lo que no lo es, es decir, cuando informan sobre lo que va a pasar esa noche en alguno de sus programas, sea musical, de gastronomía o de costura, y no dan idéntico tratamiento a programas con calidad, y si no, vean esta noche Un país para cantarlo con Ariel Rot. Si pueden busquen el que dedicó el pasado 7 de enero a Córdoba y Jaén, disfrutarán. A ver cómo resuelven e interpretan estas cuestiones los historiadores del futuro. Será una de sus tareas.

* Historiador