Con esta pistola de agua dispararé a la cabeza de otro imbécil hijo de papá daselotodo, porque ya la palabra no funciona. Su siniestra excusa, su argumento acusador y, finalmente, la trola pura y dura ya no admiten discusión, ni verdad objetiva de los hechos con pruebas y señales. Creció bajo el aplauso, la permisividad, la «tolerancia», el entendimiento, siempre, de los demás hacia él. Porque él (o ella) vale tela, oh, sí: artista, amigo de sus amigos, trabajador, pero ante todo, buena gente. ¿Qué significa esto? Pues que sonríe, saluda, campechanea, sale, entra, en fin, gente sana: buena gente. Por eso merece ser va-lo-ra-do y sus fallos y faltas no son sino «accidentes». Somos los demás, oiga, los pelmas, con nuestro: «hombre, déjame pasar, cierra la puerta, por favor, mea dentro, si no es mucho pedir». No. Ni siquiera una buena hostia resulta eficaz porque esta gente ya no pelea, te denuncia. Así que fulminaré su recuerdo con un helado chorro de agua, una ráfaga transparente de mi flamante pistola, directa, entre los ojos del mamón insubordinado. Ya no existe. Con ella, una vez me relaje, también haré diana en la cabeza de otra joya, un enterao de esos que nunca cierran la boca, saben de todo y exhiben agudos comentarios, indispensables opiniones, añadidos, encabezados y cierres. Un tragador de documentales a medias, uno de esos analfabetos voluntarios que leen por encima y nunca asimilan e inventan lo que se les escapa o no entienden, y no escatiman, oh no, en soltar frescas tal que: «eso es (o no es) cáncer, aquello funciona así, tienes que, deberías, ya verás cómo». Para uno de estos burros sin educación ni sensibilidad va mi disparo, deliberadamente a bocajarro, esta vez en la nuca, bien frío. Y ya para terminar, encañonaré mi sien mirando a la luna llena y apretaré el gatillo, sonriente, riéndome de mí mismo, pasando página... Mientras lleno el cargador.

* Escritor