En las postrimerías del franquismo y primeros años de la democracia, desde el interior del régimen, había unas urgencias acumuladas por aparentar ser modernos, liberales, sociales y demócratas. Era el ropaje con el que aspiraba vestirse la derecha que se había anclado en el poder del régimen dictatorial; ahora tocaba la pose de europeos modernos, para olvidar que, recientemente, todos sin excepción (incluido el entonces príncipe Juan Carlos) habían jurado los principios del Movimiento Nacional. Es así como se crea el «centro político». Surge la UCD con los retales de la mayoría de las familias ideológicas franquistas; solo dos excepciones: la Alianza Popular de Manuel Fraga y los restos del falangismo y tradicionalismo de Blas Piñar. La UCD ya había cumplido su función de flor de unos pocos años y surgieron entonces, con fuerza renovada los «siete magníficos» de AP, eso sí, con la imagen de una nueva marca e ilusionando a franquistas y derechistas a secas (ya sin complejos) aunque sin conseguir romper el monopolio político de Felipe González. El PSOE, en un derroche de moderación, se acostó un día marxista y despertó siendo Felipista, que era como decir «centrista». Los Miguel Boyer, Carlos Solchaga o el mismo José Bono, son buen ejemplo. Después de 13 años funcionándole la «receta», la corrupción los acabó de expulsar del gobierno central, autonómico y local. Todo ese desajuste del felipismo, acabó por aupar de nuevo a la derecha «pata negra». El centro como recurso había muerto y los franquistas vestidos de modernidad, mandaban de nuevo en todas las instituciones, gracias también, a la ventaja que le suponía al dinero ilegal --luego descubierto-- que les entraba a chorros, más la pervivencia de ETA, que les beneficiaba bastante electoralmente. Así es cómo el voto mayoritario se concentra y asienta en el poder al PP. La izquierda a la izquierda del PSOE trató, sin lograrlo --con Julio Anguita-- de dar el sorpasso a un PSOE descafeinado, que se avergonzaba de su historia y su legado obrerista, regalándole, por culpa de su ideología liberal-bis, dos décadas de poder casi omnímodo a los cachorros de Don Manuel. Mientras, la izquierda se dedicaba a dividirse, entretenidos en descubrir si unos «eran más galgos que podencos».

Ha tenido que venir, al igual que en los años noventa, un tsunami de corrupción de nuevo, para que la derecha derrochadora y megalómana, se tambalee. Pero lo poderes fácticos ya habían aprendido y aprovechando el desconcierto, auparon a Albert Rivera, un muchachito catalán fustigador de independistas. La imagen renovadora que proyectaba hace apenas cinco años, era la de un partido socialdemócrata y ¡centrista! Eso le sirvió para recoger votos desde la órbita del PSOE. Duró poco, pues se reconvirtieron en un partido ultra-liberal en lo económico y ultraderechista en lo social, lo que también le restó votos al PP. La derecha así logra recomponerse, esta vez entre dos partidos que pugnan por el mismo espacio electoral que el PP detentaba en exclusiva. La izquierda también crece a costa del PSOE, aunque después de unos años álgidos, no es capaz de retener más allá del veinte por ciento de los votos y el PSOE apoyándose en ellos, logra remontar el vuelo con algunos gestos y poco más.

Este es, a grandes rasgos, el panorama político histórico y el actual; dos partidos claramente de derechas y uno más (Vox) de ultraderecha y xenófobo, un partido como el PSOE jugando a lo de siempre, ser una izquierda ficticia; por ejemplo, republicana en el congreso del partido y monárquica en el Congreso... de los Diputados. Por último varios partidos y colectivos de izquierda, esta vez sí, parece que unidos, que además de gobernar Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz, Zamora o La Coruña, son vitales para aislar a una derecha neofranquistas y para que los socialistas sigan en el Gobierno. Y todo esto, aderezado con (quien lo iba a decir) el secesionismo pujante y militante de varios partidos catalanes, agrupando a una diversidad ideológica en otro tiempo imposible.

Andalucía será esta vez el banco de pruebas de lo que pueda venir más adelante en todo el país; o se produce un gobierno del PSOE junto con la izquierda (que esta vez unida sale a ganar) o bien el del PP y Ciudadanos juntos, aunque quien sabe (con Susana Díaz todo es posible) la reproducción del pacto de «ella» --tan centrista-- con el particular «Mariachi del bipartidismo», de Ciudadanos. Veremos.

* Diplomado en Ciencias del Trabajo