El 20 de noviembre de 1975 falleció el dictador Francisco Franco. En la parroquia de la Asunción de Palma del Río tuvo lugar la misa funeral con un lleno absoluto. La última corporación del régimen autoritario, presidida por el alcalde Miguel Delgado Ruiz, acordó levantar un monumento al Jefe del Estado por recaudación popular. Nadie dio un duro, en expresión de la época. Así, que no hubo escultura sufragada por los palmeños, que estaban en aquellos días peleando por mejoras salariales, por un convenio justo en el campo y un río de problemas, que suponían ocupación de templos, manifestaciones y durísimas intervenciones de la policía armada, los grises.

Franco ya había quedado registrado en la historia local con su presencia simbólica: el enorme yugo y flechas a la entrada de la ciudad, el monumento a los caídos en el Arquito Quemado, nominación de avenidas, calles, plazas con su nombre y el de sus militares, Generalísimo, general Franco, general Mola, general Queipo de Llano, general Cascajo, comandante Baturone, calle José Antonio Primo de Rivera, barriada 18 de Julio, etcétera. El caudillo fue nombrado hijo predilecto de la ciudad y recibió parabienes de todo tipo.

Con la instauración de la democracia municipal se retiraron aquellos símbolos y se restituyeron los nombres que por siglos llevaron esas vías; nombres que jamás se perdieron en la memoria como calles Feria, Portada, Gracia, San Francisco, España y Andalucía. Y fueron las alamedas de la libertad poblándose de nomenclatura de artistas, valores, historia y personajes locales y otros de consenso y respeto.

Esta pequeña intrahistoria la escribieron hombres y mujeres movidos por sentimientos muy diversos pero prevaleciendo el tacto y la capacidad de no herir. Todo se hizo progresivamente y sin otorgarle mucho énfasis. La admirable generosidad de muchos permitió la transición y ahorrarnos una escultura, que hubiera acabado en los almacenes municipales. Otro trasto.

* Historiador y periodista