Las fiestas locales tienen ese halo especial en el que una ciudad se ensimisma en sus tradiciones y vive una jornada al margen del mundo, del trabajo, del telediario, de la bolsa de Tokio y hasta del president Torra, si es que eso fuera posible. Y la de san Rafael en Córdoba tiene la singularidad de que el pueblo no se reúne en una verbena, ni en un desfile. La gente, más o menos, va a misa si quiere y luego organiza su perol, en Los Villares, a ser posible, aunque haya que plantarse allí a las seis de la mañana si se quiere encontrar un buen sitio, y, si no, en la parcela de alguien o donde encarte. Así que no hay miles de ciudadanos danzando al mismo son musical o llenando la misma plaza, sino miles de cordobeses desperdigados por la sierra celebrando a los Rafaeles y Rafaelas de su entorno familiar y social en grupos más o menos grandes, con su kit de perol correspondiente y ese cocinero --suele ser varón en esta jornada-- dispuesto a lucirse con el arroz cordobés, que no lleva cebolla en el sofrito, aunque sobre esto hay encendidos debates entre los expertos.

Un perol que se precie, si el tiempo acompaña hoy, día de san Rafael solamente en Córdoba (pues en el resto del planeta se ha trasladado la festividad al 29 de septiembre, haciendo ramillete con los arcángeles Miguel y Gabriel) se debe degustar pasadas las cuatro de la tarde. Es decir, cuando ya se han tomado embutidos, chuletas, ensaladas, tortilla de patatas y otras delicias gastronómicas populares regadas con cerveza y vino --el pueblo en eso es sabio-- y, de no ser porque la conexión de los móviles tiene la antena muy larga, es hasta posible que cuando la gente esté dando la educada y también tradicional «cuchará y paso atrás» no sepa si los restos del que se bautizó a sí mismo generalísimo y caudillo de España han viajado en helicóptero hasta el cementerio de Mingorrubio-El Pardo y aquí paz y allí gloria. Es decir, que si no hubiera internet, nuestra Córdoba sería hoy como aquella Castroforte de Baralla que Torrente Ballester hizo levitar de puro ensimismada, y la ciudadanía, al llegar a casa al anochecer, diría: «Pon la tele, a ver qué ha pasado con Franco».