El pasado 10 de septiembre falleció un gran hombre, uno de esos hombres que dejan huella a pesar de lo muy discreto que fue.

Francisco Torrent era empresario, pero no un empresario normal. Heredero de la empresa que creara su abuelo y que su padre hizo grande, derribó el famoso dicho que dicen de las empresas familiares: «El padre la crea, el hijo la mantiene y el nieto la cierra». Aquella empresa familiar que nació y se hizo grande en la calle Alonso El Sabio, justo delante del Colegio Virgen del Carmen, se trasladó por mor de las cuestiones urbanísticas de la época a Aguilar de la Frontera, donde siguió creciendo de mano de Francisco. Siguió creciendo y creciendo cuando se incorporaron sus hijos en la tarea de dirigir y administrarla adecuadamente. Pioneros en muchas cuestiones, supieron vencer las dificultades propias y creadas en un mercado complicado.

Yo conocí a Francisco allá por el año 1953 cuando se inauguró el Colegio del Carmen, como lo llamamos nosotros, fuimos compañeros de clase y amigos. Años más tarde, empezamos a reunirnos los compañeros de curso todos los años para saber de nuestras vidas. Lamentablemente casi todos los años faltaba uno. Y tú decías que «disfrutemos este año porque el próximo el que puedo faltar soy yo». Con tu falta, el año que viene (este año la maldita pandemia nos lo hemos perdido) ya solo quedamos nueve de aquella clase que compartimos años.

Tuviste la suerte de hacer en esta vida lo que te gustaba y fuiste muy feliz por eso. Ya lo decía el gran Goethe: «No es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que hacemos, lo que convierte la vida en una bendición».

Hemos perdido a un gran empresario, a un gran amigo y a una gran persona. Bueno no. Desde donde estés allá en el cielo, con toda seguridad vas a seguir preocupándote de tu empresa, de tu familia y de tus amigos. Y muy especialmente de tus compañeros de aquellas aulas del colegio.