En los sistemas parlamentarios españoles decimonónicos la formación de gobierno era fácil. Bastaba con la designación real y unas elecciones mediante sufragio restringido, tras las que se constituía un parlamento en función del partido gobernante. Así ocurrió a lo largo de toda la Restauración con el turnismo entre conservadores y liberales, durante los reinados de Alfonso XII y de su hijo. Tras la aprobación de la Constitución de 1931 hay un cambio trascendental, no solo por el nuevo régimen electoral, sino porque la formación de gobierno estará en función de una doble confianza: la del presidente de la República y la del parlamento. Ello explica que no siempre fuera un miembro del partido con mayor número de escaños quien se encargara de la formación de gobierno, como ocurriría en 1933, cuando Alcalá-Zamora le encargó a Lerroux, del Partido Radical, que presidiera el ejecutivo, eso sí con el apoyo parlamentario de la coalición ganadora, la CEDA.

Pero uno de los momentos clave se produjo en 1936. Tras la victoria del Frente Popular Alcalá-Zamora fue destituido en abril y al mes siguiente Azaña fue elegido presidente de la República. ¿A quién propondría como presidente del gobierno? Según el testimonio del socialista Juan Simeón Vidarte, «llamó confidencialmente a Prieto para decirle que iba a conferirle el encargo de formar gobierno. Había llegado la hora del Partido Socialista». Prieto pensaba que los tres problemas fundamentales a resolver eran: la conspiración militar, el paro obrero y la reforma agraria. Sobre lo primero, manifiesta Vidarte, que el socialista le dijo a Azaña que «llevaría a cabo un cambio sustancial en los mandos militares, para que solo aquellas personas de probada lealtad a la República estuviesen en los puntos claves del ejército, (...) pasaría a la reserva a todos los jefes de actuación antirrepublicana y privaría de sus derechos a los militares que acogidos a la Ley de Retiros venían conspirando contra la República». Esa línea de actuación nunca llegó a ponerse en práctica porque cuando Prieto reunió al grupo parlamentario socialista, este votó en contra de que el PSOE participara en el gobierno (49 votos contra 19). Se impuso la tendencia favorable a Largo Caballero, más radical, con el argumento de que el compromiso firmado al formarse el Frente Popular era que gobernasen los republicanos. Detalles acerca de esas posiciones podemos consultar en la biografía de Largo Caballero, obra de Julio Aróstegui, o en la de Prieto, de Luis Sala González. Al final, el nuevo presidente fue Casares Quiroga y es bien conocida la actuación de los militares en su labor conspiratoria, con el resultado trágico que sabemos.

Hoy no estamos en una coyuntura similar, y tras la votación de estos días en el Congreso, lo más grave sería, desde un punto de vista político, que fuéramos de nuevo a elecciones. No obstante, lo ocurrido la semana pasada con la frustrada investidura de Pedro Sánchez ha puesto de manifiesto un nuevo error de la izquierda radical, que podría asegurarse una clara influencia en la política española mediante un acuerdo de legislatura, tal y como ahora propone Izquierda Unida. El fracaso del acuerdo, a pesar de lo manifestado por algunas voces, no es fruto de la presión del Ibex 35 ni de cualquier otra fuerza oculta. Cuando Pablo Iglesias dijo aquello de que el cielo se toma por asalto y no por consenso, no sé si tendría presente lo que cantaba Bob Dylan en Blowin’ in the Wind. Allí se preguntaba cuántas veces tendrá que mirar un hombre hasta poder ver el cielo, y supongo que muchas más tendrá que hacerlo si pretende asaltarlo. La respuesta, recordarán, decía Dylan que la trae el viento, pero el problema es que Podemos tiene una grave confusión: no sabe cuándo el viento es de Levante o cuándo es de Poniente.

* Historiador