Ahora que las hojas ya han comenzado a desprenderse de sus ramas y al atardecer forman alfombras por las grandes vías arboladas de la capital podemos estar seguros de que llegó el otoño. Un paisaje autumnal sin hojas secas es como uno de invierno sin nieve o uno de verano sin sol. Y por supuesto como uno de primavera sin flores. Si bien el otoño cordobés es, desde hace unos años, florido. Aunque de otra manera. Podríamos decir que en el particular calendario de nuestra ciudad las flores nos dicen hola en mayo, pero no nos dan su adiós hasta octubre. Lo cual no deja de ser todo un lujo. Hace pocos días Francisco de Paula Sánchez Zamorano nos hablaba en el acto de apertura de curso de la Academia sobre las interrelaciones entre el hombre y el paisaje, que es un elemento vivo y por tanto cambiante, sobre el que asimismo genera transformaciones la acción humana. Otro jurista, Mariano López Benítez, también en sede académica, se preguntaba recientemente sobre cómo delimitar el bien que se protege en la fiesta de los patios -esos pequeños, pero infinitos paisajes domésticos- ya que, como celebración viva, cambia y evoluciona. Los violines de otoño traen estas melancolías sobre el devenir de las cosas.

A mayor abundamiento los medios de comunicación, además de comentar la obra y la amplia relación con nuestro país del reciente premio Nobel de Literatura Peter Handke, han sido unánimes en subrayar su profunda identificación con las tierras españolas queriendo adivinar en él un alma, entre machadiana y azoriniana, fascinada casi místicamente (no en vano uno de sus referentes es san Juan de la Cruz) por la meseta castellana «con largos caminos que llevan a lo virginal e inviolado del paisaje». Handke no es excesivamente conocido del gran público, pero quién no ha oído hablar alguna vez de El miedo del portero ante el penalti. Aunque pocos lo relacionarán con su emblemático libro. Todo un hallazgo de título que goza ya de las mieles de la inmortalidad, especialmente entre los periodistas deportivos. Por supuesto también entre los guardametas (aunque me temo que el texto no sea lo que esperaban). Tanto la obra como la adaptación cinematográfica que de ella hizo su amigo Wim Wenders son de esas creaciones en las que cada cual debe adentrarse bajo su propia responsabilidad. Handke viene a ser una especie de continuo caminante que funciona a base de observaciones y fascinaciones y en el que hay que avanzar a través de hallazgos parciales (O abandonarle. No pasa nada; él lo haría con usted).

Pues bien, en estos días en los que el paisaje urbano vuelve a transformarse y a respirar la belleza de lo efímero, las flores han retomado también, como seres vivos, su lado más metafísico, propiciando reflexiones «trascendentes» en algunas de las charlas que los participantes de Flora han mantenido con el público. Una flor cortada ¿es una flor viva? Uno comienza a sentir cierta angustia al mirar al florero y pensar que puede tener en él a un ser agonizante…. Aunque para otros la flor cortada pasa a tener una nueva existencia, mucho más bella que la anterior, al servicio de la felicidad de los demás (que al fin y al cabo es algo parecido a lo que nos cuentan las religiones). En otros tiempos quizá nos hubiéramos preguntado si son portadoras de valores eternos. Seguro que los tienen. Los tailandeses de PHKA hablan de este viaje vital en el diseño que muestran estos días en el Palacio de Viana. Item más. Está claro, por ejemplo, que después de una muestra o de una batalla floral registran un alto número de bajas. Pero no se fíen. Pueden resucitar al décimo día y realizar acciones de guerrilla urbana. De esto sabe la gente de Flor Motion. Así que no se sorprendan de lo que se encuentren por la calle al finalizar el festival.

Un certamen donde, como en otras ocasiones, también hay pequeños guiños a los patios cordobeses. En el Arqueológico gozan de pedestal propio -y de auriculares- las gitanillas, los geranios, las centaurias, el aspargus… y por supuesto la flor del dinero. Ya saben: ay la flor del dinero, la flor del dinero… mucha flor y la cuenta sigue a cero. Por cierto que las estadísticas nos hablan de que se tiende a regalar cada vez más las flores en planta, de forma que cada cual afronte sus responsabilidades respecto a ellas al igual que lo hace con sus mascotas del reino animal.

Quizá sin proponérselo el ingeniero que avaló la seguridad estructural del edificio de la Flower House de Lisa Ward para recibir visitas, expresó, en un poema improvisado, sus propias inquietudes metafísicas al decir hola y adiós a sus inquilinas. Porque a menudo nos olvidamos, hablando de su fugacidad, que son ellas las que nos dicen hola y adiós a nosotros. Cuando nacemos y cuando nos vamos. Y las que nos acompañan, hasta mucho después, mientras permanecemos en el recuerdo de alguien. Conocida es la frase de Wendell Holmes afirmando que el «amén de la Naturaleza es siempre una flor.

* Periodista