Todavía en los albores de la Pascua, quisiéramos recordar una vieja leyenda, cuyo titulo bien pudiera ser La flor de Jerusalén. Se cuenta que hace muchos años habia una piedra en el camino que llevaba al monte Calvario. Aquella piedra estaba semienterrada, de tal modo que era mucho mayor la parte enterrada que la parte visible. Algo similar a lo que ocurre con un iceberg. Era una piedra muy dura y tenia una cortante arista. Muchos se habían hecho daño con ella; sin embargo, nadie se habia tomado la molestia de arrancarla de su sitio. Aquel camino recibía ahora el nombre de Vía dolorosa. Es el camino que Cristo hubo de recorrer con la cruz a cuestas antes de ser crucificado. Durante el recorrido, Jesús cayó varias veces al suelo bajo el peso de la cruz. Precisamente, una de esas veces fue debido a que tropezó con aquella piedra de cortante arista. Jesús cayó sobre la piedra y de su cuerpo comenzó a brotar abundante sangre. Mientras permanecía caído, no cesaba de brotar sangre de sus numerosas heridas. Tanta sangre brotaba que se tiñó de rojo. Y tan rojo era su color que aquella piedra parecía más bien un rubí. Al poco tiempo, alguien se acercó a Jesús, le ayudó a levantarse y a continuar camino del Calvario. Llegados a este lugar, fue crucificado entre dos ladrones. Después de muerto lo descendieron de la cruz y lo llevaron a un sepulcro. Al tercer día corrió por todo Jerusalén la noticia de que su cuerpo habia desaparecido. ¡El sepulcro estaba vacío! ¡Cristo había resucitado! Y ahora es cuando nace la leyenda. Unos meses después de aquel sangriento suceso, al comienzo de la primavera, aquella dura piedra del camino comenzó a resquebrajarse, convirtiéndose en unos pequeños trozos que los niños usaban para sus juegos. Tantos trozos fueron sacado que un buen día todos observaron que, del fondo del hoyo donde habia estado la piedra, asomaba una pequeña planta, que fue creciendo poco a poco. De ella nació una hermosísima flor. ¡Era una pasionaria o flor de la pasión! Quienes se acercaban a la flor veían con asombro que allí estaban representadas la corona de espinas que pusieron a Cristo, las cuerdas con que lo ataron, unos clavos y algo que semejaba unas llagas. ¡Eran símbolos de la pasión! Todo Jerusalén recordó entonces el cruento suceso; sin embargo, nadie se explicaba el nacimiento de aquella extraña flor en la estaban los símbolos de la Pasión. La sangre de Cristo, derramándose sobre aquella piedra y empapando la tierra, habia hecho que naciera una planta, de la que brotó más tarde una «flor de la pasión», una pasionaria. Y de aquella primera flor surgió un pequeño fruto de forma ovoidal, que guardaba en su interior unas semillas de color rojo: gotas de la sangre que Jesús había derramado camino del Calvario. El anciano que contaba esta leyenda aseguraba que sus antepasados sostenían que de aquella planta había nacido la flor de la pasión que se había visto en Jerusalén. Nunca antes se habia visto semejante flor. Pasados algunos años, las bellas «pasionarias» ya se habían extendido por todo Israel. No existía ciudad ni pueblo que no tuviera la «flor de Jerusalén».

* Sacerdote y periodista