Me viene a la memoria el momento histórico de la inauguración de la olimpiada de Barcelona de 1992, cuando aquel arquero entusiasta, Antonio Rebollo, lanzó la flecha certera que encendió el pebetero de la llama olímpica. Mágica noche en la que el Mare Nostrum se nos metió en la conciencia de nuestra cultura mediterránea mientras el inolvidable Fredy Mercury acompañando a Monserrat Caballé encendía los primeros juegos olímpicos de España en el nombre de Barcelona. Por fin fuimos conscientes de haber alcanzado aquella noche la modernidad, la europeidad y la universalidad verdaderas tras tantas vanas promesas de unidad de un destino que tardamos siglos en conquistar después de haber perdido un imperio del que fanfarronear diciendo que era tan grande que nunca en él se ponía el sol. Tanta retórica tenía que ser única y cierta aquella noche, con un gobierno socialista, el de Felipe González, cuyo mayor mérito fue habernos llevado a la modernidad, y una ciudad que tenía no sólo un proyecto olimpico sino un ambicioso proyecto urbanístico que puso a sus pies el mar Mediterráneo y a los ojos del mundo un proyecto de ciudad cosmopolita, nada parecido ni por asomo a ese proyecto de un Madrid y un país gobernado por una derecha errática y comisionista, más partidaria de eurocasinos estilo Las Vegas que de proyectos olímpicamente insostenibles en vergonzosas demostraciones de catetismo idiomático. Una derecha en actitud política de permanente enfrentamiento con Cataluña, contrario a lo que Don Ramón Carande llamaba "escribir la historia bajo palabra de honor", o peor aún, con dogmática ideología. Allá el señor Rajoy y su partido, que con flechas incendiarias en el pebetero de la política prefieren una confrontación con Cataluña de imaginarios réditos electorales a participar, con todas las consecuencias, en una negociación que requiere la responsabilidad plena del arco parlamentario. En la línea relativista del equilibrio en la cuerda floja que marca la postura unánime y uniformada de Rajoy y del PP no hay la menor fisura. Los argumentos de la izquierda de apostar de una vez por todas por un Estado federal quedan reducidos a ceniza. Eso ocurrió también con los debates de los estatutos de Cataluña y Andalucía, que fueron recurridos en su día al Tribunal Constitucional, presidido por un señor que no tuvo reparos en ocultar su filiación política, por haber militado en el PP. Un Tribunal Constitucional que cuando se debatía el Estatuto de Cataluña no tuvo reparos en apartar por supuesta parcialidad manifiesta a uno de sus magistrados, el señor Pérez Tremps, nacido en Cataluña. Lo que es decir que, una vez más, la derecha española es fiel a sus inalterables principios fundamentalistas, con sus verdades absolutas mantenidas a base de agitación y propaganda. El cuadro es curioso y esperpéntico. Está pintado al estilo de las "pinturas negras" de Goya; pincelado en monocromía utilizando la tinta indeleble de una falacia retórica cual es la indisoluble unidad de la nación española, tan rica, tan plural y tan diversa como el pensamiento de sus ciudadanos. Esa posición tan negativa de la derecha a lo largo de toda la historia de este país se sostiene sin "enmendalla" no sólo por su visión exclusivista y patrimonial del poder político sino porque tienen, tuvieron siempre, miedo al futuro. ¿Qué sería de la pobre España sin ellos, los vigilantes de unas esencias tan racias? Fueron muchas las ocasiones perdidas hasta llegar a la Transición de 1978, arrancada tras largos pactos y renunciaciones porque no había otro camino. Largo y dificultoso fue el parto de aquella Constitución que la mayoría de la derecha aceptó como una especie de "trágala" y que hoy curiosamente defienden como si fuera inmutable y eterna cuando es evidente que necesita cambios, y no sólo en los estatutos de autonomía, para adecuarla a las nuevas necesidades y problemas de los tiempos que corren. Años llevan desde la derecha lanzando flechas de intolerancia olímpica hacia Cataluña, educando en el odio a lo catalán a los ciudadanos ignorantes, desde las campañas contra el cava a los desprecios del nacionalismo españolista. Con tanto agravio del poder central desde 1714 todavía habrá que darles las gracias a Cataluña por seguir siendo parte de España.

* Poeta