En escritos de la Edad Media no aparece el flamenco como «flamenco», ni como baile morisco, ni sefardí, ni gregoriano sino como «baile de gitanos». Pero hoy, cuando la afición no deja de crecer, se olvida que este árbol no se secó porque las gitanas y los gitanos no dejaron de regarlo. También es cierto que, si tan solo nos desplazamos al sur de Portugal, donde también hubo moros y gitanos, la huella se borra. Pero aun siendo la tierra tan importante como la etnia, antes nadie discutía el origen gitano. Creo que no era por reconocimiento; el resto de la población sentía el flamenco, pero no lo decía porque dicha expresión musical se identificaba con personas consideradas de baja calidad social. Con la democracia, las distancias se acortaron y el duende cedido por la Providencia como consuelo ante la arbitrariedad, los gitanos lo repartieron en agradecimiento a la inclusión. Ya, sin miedo a que retrase socialmente a nadie, emerge el debate del origen y todos lo quieren para sí, pero obviando el componente étnico. Como es cierto que la madre es la tierra andaluza, quieren inscribir de nuevo el nacimiento solo con los apellidos maternos. Y es porque causa frustración escuchar el quejío gitano que les muestra una verdad incómoda: que están despojando al flamenco de su esencia. Es tan curioso como paradójico que el flamenco se lo estén cargando cuando ya nadie lo persigue. Hoy no se fomentan los palos típicos del cante gitano por sublimes. Como ejemplo tenemos esa conspiración institucional para que las sevillanas sean el núcleo del flamenco cuando son lo último. Y lo digo con sumo respeto, pero las sevillanas las canta cualquiera. Pero claro, la burlería, la soleá y la seguiriya no convienen a los que mueven los hilos de esta conspiración porque su interpretación sin gitanidad demuestra el crimen cultural que están propiciando. Pero van a dar con la horma de su zapato: lo mismo que la interculturalidad ofreció el flamenco para protegerlo más, la globalización propiciará que venga otro fortísimo apoyo cultural de la esencia paterna. Me refiero al asentamiento en nuestro país de la inmigración romaní que en dos generaciones mamará todo y gritará flamenco sin pijeríos, ni dinero, ni televisiones ni sevillanitas incesantes sino con los mismos tintes que al principio: incomprensión y Andalucía. Anécdota: hace unos días fui a la cárcel a visitar a una presa romaní del Este y charlando con ella a través de terribles cristales le pregunté si le gustaba el flamenco. La respuesta me impactó: «Sí porque parece que siempre estuvo aquí dentro». Y la chiquilla se señaló el corazón.

* Abogado