Málaga, que se está volviendo la ciudad más europea de Andalucía con sus museos Thyssen, Picasso, Ruso o Pompidou, que hasta visita Hollande, va a celebrar este año el I Festival de Filosofía y en la actualidad está desarrollando talleres sobre esta materia (no está teniendo tanto éxito Córdoba en emular a París en lo de colocar veladores en las calles para contemplar la vida que se mueve, porque en la ciudad francesa las paseos, avenidas y bulevares son de los cafés con charla o periódico). Seguro que la opción de Málaga por la filosofía, de naturaleza grecoeuropea con cierto perfil del pensador de Rodin, es el final del camino de una opción casi irracional porque su, parece ser, aceptada inservibilidad puede encontrar un camino no previsto en el comienzo del arreglo de males tan actuales como los que detalla Bruselas en su Informe España 2017. Está mal que Medina Azahara se haya quedado sin director y peor que el futuro Centro de Convenciones, de paradisíaco y turístico lugar, esté tambaleándose; que el Córdoba CF se meta en la cuesta abajo de la Segunda B y que los autobuses de Aucorsa, al dejar Alfaros y subir por Alfonso XIII, se coman la acera por donde transitan los peatones; que las desapercibidas farolas de Capitulares, cuya esencia consiste en no hacerse notar, no alcancen el agrado de los ciudadanos cuyo gusto anda más atado a las farolas fernandinas y que choquen tanto la peatonalización de esa zona con las demandas vecinales sobre el mismo asunto. Todo eso no está bien, pero forma parte, si se quiere, del funcionamiento del mundo. Lo que es insoportable es el camino hacia la injusticia: Bruselas ha alertado a España del alza en su seno de la desigualdad, la exclusión social y la pobreza. A los que vivimos la Transición, estudiamos en ella, enseguida obtuvimos trabajo y vimos cómo iba creciendo el Estado de Bienestar se nos caen las lágrimas al ver la situación de nuestros hijos, que sobreviven en un paro juvenil por encima del 40 por ciento y, según el Informe, comienzan a experimentar la desigualdad en el acceso a la sanidad. La tasa de temporalidad de los contratos en España, la segunda peor de Europa, tiene consecuencias sociales negativas porque socavan el alza de la productividad y tienen consecuencias negativas en la Seguridad Social, que lleva cinco años en color rojo desesperación. Quizá por ello, por la tristeza de no saber solventar este problema, a algunos malagueños les haya dado por acudir a la filosofía como un revulsivo de salvación. Porque todavía no sabemos si ese nuevo sistema solar que ha aparecido en el firmamento nos va a librar de la pobreza.