El estudio de los procesos políticos --internos e internacionales--, sociales, económicos y culturales goza en la actualidad de gran incidencia e interés en los media. A falta de auténticos intelectuales --especie en extinción en todo Occidente y en nuestra patria de manera muy especial e irremontable--, son los llamados «analistas» los que en tertulias radio-televisivas, libros y periódicos desvenan sus líneas programáticas y objetivos preferentes. «En vivo y en directo», coram populo se describen y comentan su gestación, desarrollo y metas, de ordinario, con gran aplauso de un público agradecido a su talento divulgador, que, por supuesto, sacrifica, omite o elude todas o muchas de las facetas más sustantivas de dichas construcciones ideológicas, en aras, justamente, de alcanzar una elementalidad accesible a cualquier clase de oyentes y/o lectores. Gran fenómeno de nuestro tiempo, merece, claro es, un tratamiento alejado de los límites insalvables de un artículo volandero. Mas, en un plano menor de ambición interpretativa, sí cabe en sus márgenes el apunte o glosa acerca de procesos individuales circunscritos a esferas tan concretas como curiosas.

Una de las más importantes es, sin duda, como acaba de afirmarse, la noticia sobre el trabajo de artistas y escritores coetáneos al crítico; obra in fieri y, por consiguiente, pantalla inigualable para escrutar alguno de los mil misterios que acompañan a cualquier empresa literaria o perteneciente a la muy dilatada área de las Musas.

Y es el caso que en la privilegiada ciudad en que habita el anciano cronista este tiene muy fidedigna constancia del esfuerzo ciclópeo desplegado en el vasto campo de las Letras --Poesía, Crítica, Traducción...-- desde ha medio siglo por un querido compañero de su entrañable Facultad de Filosofía y Letras, el Dr. D. Carlos Clementson, recientemente jubilado de sus tareas profesorales, pero --venturosamente-- no de sus empeños vocacionales. En cincuenta años de incesable laborar ha dado cima hasta el presente a una ingente producción, que, muy rara avis, en ningún momento descubrió huella alguna de declinación argumental y formal, en una asombrosa coyunda de inspiración y rigor, de fuerza lírica y garra estilística, de calidad de página y nervio exegético. En suma, la obra de un escritor de incontables registros que, a buen seguro, figurará en los libros de Enseñanza Media y Superior del porvenir, a despecho de las arbitrariedades, torpezas y atropellos sin cuento que --también con toda probabilidad-- continuarán cometiendo los responsables --mujeres y hombres-- al frente de los ministerios y consejerías educativos de los gobiernos hodiernos y futuros.

Incuestionablemente, no es pequeño espectáculo y menor gozo contemplar casi mes a mes y, desde luego, semestre tras semestre, la entrega a las prensas de cinceladas traducciones de la más alta poesía francesa, italiana, británica, lusitana, amén de catalana y galaica a cargo de la erudición y el gusto envidiable a fuer de clásico de C. Clementson. La última, ¡por el momento!, es la intitulada La Belleza es Verdad. Antología de poetas ingleses (De W. Shakespeare a W.B. Yeats), que ha ido sorprendentemente acompañada de un cuadro mayor de su, en verdad, llamativo, deslumbrante retablo crítico-poético: Rapsodia ibérica, que exige, obvio es, un escolio exclusivo aunque sea epidérmico de la pluma harto prosaica de su sincero y declarado admirador.

* Catedrático