Al virus no le gustan las festividades religiosas tan habituales en agosto y septiembre. Impidió la «Bajá» normal, en la que participé un año. Iba la Virgen de la Sierra rodeada de cientos de personas, prólogo de las fiestas patronales de Cabra. Este año no habrá procesión, a la que asistí más de una vez; y a la novena. Qué podemos decir de los feriantes en paro forzoso. Esta triste historia se viene repitiendo en pueblos de la provincia. En Lucena fue bajada la Virgen de Araceli desde su santuario, «de manera inesperada», para evitar aglomeraciones contagiosas. Fui testigo de su coronación por el cardenal Segura. Cuánta gente llenaba la plaza frente a la iglesia. No había entonces peligros de virus. Tampoco en Montoro hubo este año una fiesta normal de San Bartolomé. La Diablilla no descendió del campanario de la iglesia de San Bartolomé pero gracias a un vídeo fue capturada por el patrón de la ciudad, con la esperanza de que también lo sea el covid-19. En Espejo, donde un año fui pregonero, San Bartolomé se quedó sin la fiesta de siempre. Pregonero de lujo fue mi amigo Tico Medina, y yo de testigo, en una noche nochera. Fue en Montilla cuando la vendimia de la uva cedió el paso a la vendimia de la palabra. Tampoco este año fue lo mismo. Como en tantos pueblos con sus vírgenes de agosto, sin poder celebrarlas. El virus se opone a toda clase de festividades religiosas. No se sació con suspender la Semana Santa. El Nazareno de Baena y el de Doña Mencía tampoco los veremos en procesión la próxima semana acompañados por cientos de personas alumbrando.