Hemos salido de un día electoral, que es «la fiesta de la Democracia» como se define esa jornada de aburrimiento periodístico... hasta que comienzan a llegar los resultados que sí es un jolgorio informativo. Así que ya solo nos queda en este bendito mayo cordobés, como fiesta, la Feria. Buen momento para volver a preguntarnos qué es una fiesta y qué no lo es. Lo digo porque siempre en mayo hay una tremenda polémica (Cruces, Patios, romerías, Feria…) y siempre en junio, con la cabeza más puesta en Fuengirola, lo que hay que hacer para mejorar nuestras celebraciones populares se deja para el año próximo.

Pues bien: ¿Qué es una fiesta popular? Yo me quedo con una parte de lo que la Unesco considera para nombrar a un bien como patrimonio inmaterial de la Humanidad, esa que dice que el evento debe servir para «hacer comunidad», es decir, tiene que ser un referente identitario.

Contundente. Apliquemos la fórmula. ¿Las cruces de Cañero, San José Obrero o San Francisco son fiestas populares, fiestas del barrio con las que los vecinos se identifican y les sirve para incrementar su autoestima? Sí. ¿Hay alguna otras cruces, aunque sean multitudinarias, que crean este sentido de comunidad e identitario? Pues... no, al menos que un botellón encubierto sea declarado Patrimonio de la Humanidad.

¿Hay patios que son espacios de comunicación para la vida de los residentes, de su familia y hasta para el barrio, no solo durante el Concurso Municipal? Sí. ¿Hay patios que se están enfocando a un nivel exclusivamente comercial? Pues... también. ¿La Cata de Vino crea identidad de Córdoba? Sí. ¿Otras iniciativas comerciales de bebidas han logrado lo mismo? No. ¿La Noche Blanca del Flamenco se vive como algo cordobés? Sí. ¿Otros eventos junto al río lo han conseguido? Aún no.

Y en Feria, sigamos aplicando el principio: ¿Hay casetas que «crean comunidad» entre amigos, para el colectivo que lo monta o para la ciudad en general? Sí. ¿Hay otras carpas que toda esta filosofía sobre la identidad de la comunidad se la refanfinfla? Pues... la mayoría.

Pero no quiero pontificar. Ni tan siquiera sugerir cambios, porque también soy consciente de que colectivos sociales de todo tipo tienen en estos eventos de mayo su fuente de ingresos para seguir existiendo, lo que no es moco de pavo cuando hablamos de «hacer ciudad». Sería casi destruir el tejido asociativo de Córdoba. Cambiar el modelo de las Cruces y la Feria requeriría antes darle una alternativa a todos estos colectivos.

Pero sí me gustaría, por ejemplo, comenzar a llamar a las cosas por su nombre y distinguir entre una fiesta popular, que me encanta, y un fiestorro, que también me gusta con locura. Pero que no son lo mismo. No lo son.