Entramos en el último trimestre del año, que cómo bien sabemos es uno de los más festivos o en cualquier caso el que tiene las fiestas más icónicas y populares. Ante nosotros se despliegan la Fiesta Nacional de España en octubre; la Fiesta de Todos los Santos en noviembre; el Día de la Constitución Española; la Inmaculada Concepción; y como colofón la Natividad del Señor, estos tres últimos en diciembre como bien sabemos.

Y en este sucinto rosario de fiestas no están las propias de pueblos y ciudades, pero en cualquier caso ahí en el calendario como una cita ineludible con nuestras tradiciones nos esperan. Aunque este año como decimos la perspectiva se nos presenta incierta y hasta para algunos aciaga. La pandemia ha revolucionado las relaciones personales y sociales y existe en el ánimo un razonamiento erróneo con el que no sólo encaramos estas próximas fiestas, sino en general todos aquellos actos, acontecimientos o actividades en el que se reúnan un número sustancial de personas.

Ese pensamiento al que nos referimos se basa en un falso dilema que plantea que la única alternativa para asegurar la seguridad es el recorte de libertades. Efectivamente nuestras libertades han sido menoscabadas por vía expeditiva como medida extrema sanitaria. Lógica por otra parte. Pero somos los ciudadanos los que hemos de ir hacia una nueva mentalidad, donde asumamos como nuestras las nuevas medidas de seguridad en las relaciones personales y sociales. Esto sólo puede nacer de un sentimiento de solidaridad que busque el bien común. De esa manera podremos disfrutar en esta situación pandémica de espacios públicos seguros. Aunque para ello en muchos casos necesitamos librarnos de esa cierta inmadurez ciudadana y hasta infantilización que nos hace no respetar no sólo nuestra propia vulnerabilidad, sino la de los otros.

* Mediador y coach