No me imaginaba a Córdoba sin su Feria y sin sus corridas de toros; y no olvido que en 2010 el Parlamento catalán las prohibió. Viene esto a cuento tras la poca atención que dedica a la Fiesta Nacional el ministro de Cultura, en estos momentos tan graves para la supervivencia de algo tan popular y su repercusión socioeconómica. Me viene a la memoria, julio de 1959, un viaje a Belfast donde me hicieron una entrevista porque escribía «sobre las corridas de toros» en el diario Pueblo. Ya de vuelta en el barco que me llevaría a Glasgow, dos señoras me lo recriminaron. Me habían reconocido porque en la entrevista apareció mi fotografía. Eran de la Sociedad Protectora de Animales. Me acordé de ellas cuando ví en el metro de Londres carteles advirtiendo a los turistas por España que boicoteasen las corridas de toros. Las cartas al Times sobre el tema se prodigaron durante bastantes días. Un diputado ‘tory’ contraatacó alegando que era un festejo muy artístico. Un diputado laborista recordó la crueldad de la caza del zorro con la agravante de ser «un deporte muy elitista». Añadió que a las corridas de toros van las clases más populares. Insinuaba --ideológicamente hablando-- que era un festejo de izquierdas. Asimismo, el entonces presidente del Club Taurino de Londres salió en defensa de la libertad de los turistas para asistir o no al ‘bullfight’ español. La polémica subió de tono pero quedó claro que jamás «un deporte tan tradicional» sería prohibido en Gran Bretaña. Arte saleroso como era el toreo de Pepe Luis Vázquez y arte puro como el de Manolete.

* Periodista