Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción, precedida anoche por una solemne vigilia, que presidió el obispo, Demetrio Fernández, en la catedral cordobesa. En esta festividad, la Iglesia nos recuerda a los cristianos que María, la Madre de Jesús, fue liberada por Dios del «pecado original». Es un tema que se discutió entre los católicos, durante siglos, hasta que el Papa Pío IX lo definió como «dogma de fe», el 8 de diciembre de 1854. ¿Y qué significa la fiesta de la Inmaculada? El lenguaje teológico no encaja con la terminología actual. En síntesis, podríamos decir que es una manera de afirmar que María fue una mujer singular, única, ejemplar como nadie más. «Porque en María, como señala un exegeta, lo inhumano no dañó su profunda humanidad. Fue la mujer ideal, ejemplar, por su bondad, su rectitud, su honradez, la mujer buena y cabal que colaboró de forma decisiva para educar a Jesús. Y de la que hemos recibido el gran regalo que da sentido a nuestras vidas: la humanidad de Jesús de Nazaret». El Concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como «prototipo y modelo para la Iglesia», y la describe como «mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría». Con María, tal y como relata el evangelio en el episodio de la Anunciación, Dios volvió a «abrir un hueco» a la salvación que Él tanto deseaba. Solo necesitaba una criatura que permitiera al Hijo asumir la humanidad en toda su nobleza primera. Por eso y para eso, Dios volvió a arriesgar creando una mujer libre de las interferencias del pecado; y el mérito de María fue corresponder a la gracia recibida. Porque María no asintió por no tener otra opción, sino porque quiso. Ella representa a ese ser humano salido directamente de las manos del Padre «en estado puro», pero en su caso «con final feliz». Es como si con María «recomenzara la historia». Por eso hoy, la contemplamos como Madre radiante y feliz, acogiéndonos a todos en su regazo y en su corazón, con ternura celeste. E invitándonos a no caer en las terribles manchas de la corrupción, la incoherencia y las infidelidades, «pecados originales» de esta hora.

* Sacerdote y periodista