En un balcón de mi casa, allá en el pueblo, esperaba un año la llegada de los Reyes Magos. Quería verlos, tocarlos, escucharlos... Alguien, a carcajada limpia, me abrió los ojos: los reyes son tus padres. ¡Estás en Babia! Pasaron años, nacieron mis hijos y he aquí que, sin proponérmelo, los Reyes Magos volvieron a escena en sus zapatitos, primorosamente colocados en la terraza, y volvieron a tomar vida en cabalgatas, augurios, cartas, grandes almacenes, etc. Y algo por dentro me decía que también yo los estaba engañando. Hoy, pasados muchos más años, pienso y tengo experimentado que el principal alimento del psiquismo, la mejor cuerda para activar nuestros estímulos, es la ilusión. Y desde ese punto de vista, los educadores, padres, en este caso, tendríamos que estar bien atentos a promover en nuestros hijos una vida ilusionante, más, tal vez, que una noche de reyes, y no a base de súper caros y súper modernos artilugios generadores de niños y niñas que ni tan siquiera les interesa levantar la vista de ellos para ver quién les habla o qué sucede a su alrededor, sino promoviendo vivencias generadoras de ilusión, transmitiendo la alegría de vivir. Pero hundidos en una sociedad empanada, como dicen los jóvenes, abotagada y pasota, con nuestras actitudes proyectamos en constante trance, una imagen negativa del mundo y de cuánto nos rodea. Sin duda para los niños la festividad de los Reyes sigue siendo una ilusión, pero mucho más que eso les alegraría la participación en sus juegos, paseos, etc. de los padres. Cualquier cosa provocaría en ellos grandes ilusiones y por supuesto sin tener que pasar por la ficción de los Reyes Magos, un día al año.

La ilusión -dice Voltaire- es el primero de todos los placeres. Que la antorcha de la ilusión no se apague, por favor.

* Maestra y escritora