El ocio social, tal como lo veníamos entendiendo hasta antes del coronavirus, ha cambiado. Y no porque ahora hayamos evolucionado hacia otras nuevas formas de distraernos en nuestro tiempo libre; que no. Seguimos con las mismas ganas y las mismas maneras de divertirnos. Lo que verdaderamente nos condiciona a la hora de seguir disfrutando de un buen ambiente social es la distancia interpersonal a cuenta del covid. De tal manera eso del espacio entre las personas es crucial que todas las fiestas, ferias y verbenas programadas en nuestra provincia y capital se han visto afectadas no solo en su forma, sino en su propia naturaleza organizativa. Algunos pueblos ya han sustituido dichas concentraciones festivas de almas, por visitas a conjuntos históricos-artísticos y parques naturales. La culpable subsidiaria, como decimos, es la distancia interpersonal. Y en una feria y/o verbena se dan todas las tipologías de distancias interpersonales. Algunos creerán que para eso están las mascarillas, y no les pudiera faltar razón, pero en vista de los desinhibidos y los desinhibidores que se dan y provoca una fiesta, la mascarilla es garantía de muy poco. Sobre todo por ese tipo de distancia personal como es la llamada distancia íntima. Es esa en la que podemos sentir el calor corporal y la textura de la piel a través del tacto, el olor de la transpiración o del perfume, el diálogo tónico... Y es en la que la voz puede tener un papel secundario y, en muchas ocasiones, no pasa del susurro. Vamos, la más estimulante y sugerente de una fiestecita. Y la que más duele no poder practicar de manera desmelenada, pues nos impide estar lo suficientemente cerca como trasmitir mediante todo nuestro lenguaje verbal y no verbal nuestros sentimientos. Así es que este verano las únicas fiestas, ferias y verbenas solo se quedan en delectación morosa. Y ya se sabe que todo esfuerzo inútil termina en melancolía. Pero qué le vamos a hacer.