Entiéndase: al hablar de «indiscretos» intentamos utilizar un vocablo suave, más conciliador que algunos de los sinónimos posibles que ocurrírseme puedan. Pero las cosas claras: utilizo «indiscreto» como sinónimo de «no prudente», de «carente de sentido común»; como sinónimo de «poco afortunado», de un hecho o dicho irresponsable y socialmente pernicioso; sinónimo de decir y hacer «chorradas» indefendibles desde una elemental lógica.

Y sorprende la vitalidad (quizá, mejor, apoteosis) de esta feria de «los indiscretos» en la España de hoy. Empezando por el Gobierno de la nación, que a base de originalidades y ocurrencias, está gobernando como si de un espectáculo se tratara. En la mente de todos están los hechos concretos, pero quedémonos con el más llamativo: tras cuarenta año muerto, la «indiscreción» y la falta total de previsión sobre las consecuencias de sus actos, ha hecho que el Gobierno haya revivido la memoria de un dictador, convirtiendo en problema presente lo que ya los españoles habían dado por cerrado: el franquismo.

Pero esta «indiscreción» de ámbito mayor, con la campaña electoral reciente y los resultados de la misma, se ha ido contaminando (hasta degenerar en meras «chorradas») de un tono intelectual deprimente que (y esto es lo peor) resulta generalizado, y del que no se libra ningún grupo o personaje público.

Ejemplos: verdaderamente desafortunada ha sido la gestión de la campaña electoral por el Gobierno autonómico, absolutamente irrelevante de ideas, carente de proyectos, aceptando la manipulación de las encuestas y confiados en que las tres (se dice pronto: tres) televisiones autonómicas, a base de «coplas, coplillas y copletas», mantendrían adormecido al cuerpo electoral cuatro años más. Pero lo que ha sido «la chorrada» elevada al grado sumo de incompetencia ha sido entrar a hacerle directamente la campaña electoral a un grupo político (Vox) al que hace un mes muy pocos conocían. Los resultados ahora les asustan.

«Indiscretos» son también los personajes y penosas las opiniones de los que se autotitulan como «la izquierda» en España, la marca Podemos, que después de aglutinar a todo el que se cruzaba por la calle, ante el fracaso, se escandalizan por la aparición de «una extrema derecha» en España y pretenden emprender una cruzada (mejor «anticruzada») en la que los votos de los andaluces se han clasificado ya en dos grupos; uno, al que ellos (sumos sacerdotes de la ortodoxia democrática) le dan el pedigrí de la progresía más potente, y otro detestable, combatible, enemigo público y objetivo de la única idea (aparte de subir los impuestos) que han sido capaces de articular: el grupo de los que votaron partidos de derechas y muy especialmente de «extrema derecha». Y ¿esto es una chorrada? Pues sí, porque los que esto dicen y hacen pactan y se entienden con «golpistas» consagrados como la CUP, defienden regímenes castro-bolivarianos y reciben subvención económica de ellos. ¡Viva la revolución!

Pero si miramos hacia la derecha el panorama, no resulta éste muy alentador. Oír o leer como defiende el líder del PP su derecho a encabezar el nuevo gobierno en virtud y por gracia de las alianzas postelectorales, ignorando y olvidando aquello del derecho que otorgaba «ser el partido más votado» (pronto olvidaron a Mariano, a Javier Arenas y sus desventuras) resulta cuanto menos curioso, y, si se me apura, tragicómico.

Más imaginativo (pero no menos chorrada, por ello) es que Ciudadanos se esté inventando un nuevo criterio para encabezar y dirigir el cambio consecuente a las elecciones: debe gobernar un partido «en crecimiento», no un partido que, aunque tenga más votos y escaños, ha retrocedido. Chorrada esta que parece hecha a la medida de ese partido que se denomina Vox; ellos sí que han crecido, Sr. Rivera y Sr. Marín. Su miopía preferimos integrarla en el capítulo de estrategias de negociación, porque de no hacerlo así pasaría indefectiblemente al capítulo de «chorradas descalificadoras».

Por último: no se han privado de entrar en la «feria de los indiscretos» los que, borrachos de su crecimiento, se han lanzado a proclamas que, sinceramente lo digo, siguen dando miedo; entre otras, la principal, que engloba a todos las demás, el antieuropeismo. Mi respuesta: fuera de Europa España no es nada.

¿Quieren comprobarlo? Propongan la renuncia a las subvenciones agrarias llegadas de la «malévola» Europa (de las que muchos de ustedes son beneficiarios; que aquí nos conocemos todos) y la renuncia a los mercados abiertos. Lo que no vale, es el juego sucio de «Europa No», «España Autonómica No», «Inmigración No»... Pero las cuentas corrientes abiertas para recibir ayudas, subvenciones y la consecuente estabilidad social y económica.

En cualquier caso, lo mejor de esta «Feria de los Indiscretos» está por venir; y yo, dicho sea de paso, no tengo ninguna gana de ver lo que se avecina. Sería feliz si esta reflexión terminara aquí, como una anécdota intrascendente, porque fuera innecesario continuarla. Supondría una España más madura que la que sufrimos ahora.

* Catedrático de la Universidad de Córdoba