Al contemplar la fotografía que recoge la imagen del Ateneo de Madrid el pasado día 26 de octubre, en la que aparecen cientos de personas con el brazo en alto, saludando a la romana, reconozco que un frío aterrador removió en mis recuerdos aquéllas viejas películas y documentales que nos enseñaban la Europa de entreguerras. Aquellos escenarios inmensos donde masas enfervorecidas jaleaban los discursos populistas, nacionalistas, racistas y llenos de odio que Hitler o Mussolini lanzaban sobre la muchedumbre. Nunca pensé que aquellas imágenes volvieran a ser reales en la Europa del siglo XXI y mucho menos en España, que tuvo la mala suerte de ser liderada casi cuarenta años, por el tercer dictador en discordia que consiguió ganar la guerra civil, la mundial, la posguerra y el aislamiento, sobreviviendo a todos.

Ahora que faltan pocos días para unas nuevas elecciones, habría que ajustar cuentas con los partidos políticos y con los políticos de escaso nivel que las sociedades cada vez menos críticas y cultas de Europa han permitido que nos gobiernen. Que los cantos del fascismo vuelvan sobre Europa, disfrazados de Salvini, Alternativa por Alemania o Vox, no es culpa de quienes ahora los votan, es responsabilidad de los que han permitido que esto ocurra. El desarraigo, la «fatiga» que muestran las democracias Europeas setenta años después de la caída de los regímenes totalitarios de extrema derecha y treinta años después de la caída del muro de Berlín, es responsabilidad de todos nosotros. Unos por haber gestionado pésimamente la responsabilidad de ejercer el poder y otros por la permisividad, la falta de crítica y la complacencia con quienes, representándonos, desgastaron la democracia, por sus ambiciones partidistas, por su nula preparación intelectual, por su escasa capacidad profesional.

Cuando vemos cómo los neofascismos vuelven por Europa no cabe solo decir que la gente se ha vuelto xenófoba, autoritaria, nacionalista o excluyente, hay que preguntarse por qué hemos llegado aquí. Quedan menos de siete días para votar y por el momento no podemos detenernos en casa a reflexionar, y mucho menos no ir a votar. Tenemos que votar de nuevo por los partidos que sean capaces de frenar esta condenada lacra que sacude Europa como lo hizo hace ochenta años. Sin embargo, nuestro voto a partir del día 11 de noviembre, debe convertirse en un voto exigente para renovar los sistemas democráticos, la partitocracia y acabar con la bisoñez e incapacidad de nuestros políticos. Debemos ser capaces de reconstruir una nueva democracia más sólida, más fuerte, más crítica y exigir que nos gobiernen los mejores y pagar bien para que nos gobiernen los mejores, no para que encuentren empleo los incapaces.

Si no lo hacemos así, puede que nos queden pocas oportunidades para seguir votando. No es un mensaje catastrofista, es una palmaria realidad de lo que puede venir. La gente desclasada, abandonada a salarios infames, los ricos cada vez más ricos, la injusticia económica cada vez más sangrante, el anquilosamiento de la sociedad oprimida, han permitido que el discurso elemental y grotesco de la venganza, encuentre acomodo en la extrema derecha que puede convertirse en tercera fuerza política de España. No, los culpables no son quienes los votan. Los culpables son quienes no tienen discurso que ofrecer para que no les voten. Es muy difícil con políticos que no leen, que no estudian -como diría mi llorado amigo Enrique Aguilar-, que no piensan, construir un discurso que regenere la democracia, que ofrezca esperanza a la maltratada clase media, que ofrezca justicia social a los desposeídos. Que dé esperanza a los millennials, a los x, a los z y a los que vengan después, si antes no hemos destruido del todo esta tierra que ahora en noviembre ya no es de enagüillas y brasero, sino de manga corta y cálido sol casi veraniego.

Es preciso que se revise completamente el funcionamiento de un sistema como el capitalismo basado en el crecimiento, el cual ya no puede crecer más en un planeta agotado. Se necesitan políticas globales que impidan que los patriotas de pulserita lleven su dinero a paraísos fiscales obviando la solidaridad con su patria. Es imprescindible un nuevo reparto de la riqueza que, alcanzando niveles nunca imaginados en la historia, sin embargo, se la reparten solo unos pocos depredadores de los mercados, los especuladores y los egoístas estructurales.

Hagamos de nuevo un ejercicio de defensa inquebrantable de la democracia y no permitamos que la intransigencia, la intolerancia y el autoritarismo gane el discurso a la fraternidad, la solidaridad, la libertad y la razón del Derecho. Hagamos que sea posible un marco de convivencia en el que quepan todas las ideas respetuosas con el ser humano y ninguna se imponga a la fuerza de la razón. Y después, el lunes, de una vez por todas, seamos exigentes con nuestros políticos y participemos activamente en la reconstrucción de una fatigada democracia, pero democracia al fin.

* Catedrático