No he profundizado en la ciencia psicológica hasta tal punto, por eso tan solo «imagino» que los ingleses, alemanes, holandeses y nórdicos y escandinavos, que son todos muy listos y metódicos, deben de haberse apropiado ya de una definición técnica para esto: esa estrategia, maniobra psicológica llevada a cabo por el sujeto inteligente cuando «caza» a un pobre diablo de buen o mal corazón. El primero, atractivo, competente y (en apariencia) educado, se gana (y lo sabe) al pardillo con su presencia, y este se mueve siempre a su zaga, ayudando, pagando, solícito en extremo. Quisiera manifestar aquí mi burla hacia todos los fascinados idiotas que esperan algo del fascinante: una herencia, un polvo, un príncipe al rescate, un gramo de confianza o amistad. ¿Quién os salvará, imbéciles? Uno puede y debe abrigar esperanza en los resultados de un trabajo bien hecho, en el desarrollo de un proyecto, de una idea. Pero fijaos que es la misma gente crédula de fantasmas y mitos urbanos baratos la que piensa que alguien o algo, porque sí, los hará ricos. Curiosamente recelan de las posibilidades reales, de la gente honesta, de la acción y reacción lógicas. Quizir: montan un bar y piensan en tomarse unas vacaciones el primer año. Viven en su cuento de la lechera donde todo o nada les será dado sin peaje. Siempre en conflicto con los billetes, buscan el pelotazo, el braguetazo, y permanecen en la medianía de espíritu, escollo incapacitante para amasar cualquier tipo de fortuna real.

El que a buen árbol se arrima temporal sombra le cobija. Porque llegado el otoño, las hojas vuelan al levante o terral, según toque. Hay que ser muy egoísta y tonto para pensar que mereces una buena sombra eterna, un premio de lotería, una recompensa a «tu persona». Pero ¿quién coño te crees? Trabaja o roba, querida, pero no cuentes con mi regalo ni me agobies cual Yorkshire a la espera de cookie.

* Escritor