La fiscalía ha pedido tres años y medio de prisión para Cristina Cifuentes por falsedad en documento público. Es decir, que la expresidenta de la Comunidad de Madrid podría ir a la cárcel, si al final del proceso así lo estima la justicia. Me repito, ya lo sé, pero es que cuesta mucho de creer. Al menos, para los que conocimos a Cifuentes en su máximo esplendor, en aquella sede de la Puerta del Sol, dando lecciones de ética a diestra y a siniestra.

El ministerio público sospecha que, cuando saltó el escándalo sobre el máster regalado, la exdirigente del PP indujo a la fabricación de un acta universitaria falsa sobre un presunto examen por parte de un supuesto tribunal. Ese documento de pega le sirvió a Cifuentes para agitarlo ante los medios de comunicación y en sus redes sociales con el fin -sostiene la fiscalía- de “evitar las consecuencias políticas a las que debía enfrentarse”. Es decir, que mintió e hizo mentir a otros, con tal de mantenerse en el cargo.

Es inevitable no acordarse de Cifuentes, la noche de autos, retransmitiendo un vídeo casero (tan casero como el acta universitaria), mientras blandía aquellos papeles ante la cámara del móvil: “Para los que quieren que me vaya... No me voy, me quedo, voy a seguir siendo vuestra presidenta”. Por un lado, resulta chocante que, con todas las cosas escandalosas que han pasado en el PP de Madrid, Cifuentes se vea ante una petición de tres años y medio por mentir con un máster. Por otra, evidencia la cochambre sobre la que se asientan algunos políticos con tal de mantenerse en la poltrona. Pierden la medida de las cosas. Entiendo que ella, desde su atalaya, en ese momento pensara que un currículum falseado era una chorrada, al lado del robo de dinero público a manos llenas por parte de algunos de sus compañeros de partido.

Pero quizá ahí estriba la gravedad del asunto. Seguramente, para Cifuentes, la mentirijilla sobre su máster era algo menor que todos debíamos perdonar. Pero es que el engaño es algo muy grave en general y gravísimo en el particular del ejercicio de la actividad pública. Más aún teniendo en cuenta que hablamos de alguien que era puro márketing, era la mujer con la ética más pura de la Comunidad de Madrid y alrededores. Cifuentes se había construido un personaje, con la ayuda de su entonces jefa de prensa, que se basaba en subrayar la mierda del prójimo para resaltar la brillantez propia. Posaba mostrando sus tatuajes, se hacía la coleta en directo en prime time, aparecía con un taladro colgando cuadros en casa... Era una mujer hecha a sí misma, moderna. Y todo, para que al final se la llevara por delante algo más viejo que la pana: la ambición y la mentira.

* Periodista