Por causas naturales --supernovas, vulcanismo desmesurado, tectónica de placas e impactos meteóricos-- nuestro planeta ha asistido a cinco extinciones masivas. Pero ahora, un estudio riguroso de la ONU nos alerta de que nos abocamos a la sexta extinción por los excesos a que sometemos al entorno; solo que en esta ocasión el hombre será el causante de la desaparición de un millón de especies en poco tiempo. Premeditadamente, por el desmedido afán de lucro, consumimos con frenesí el patrimonio natural y tentamos la propia aniquilación. Y suponiendo que tecnológicamente fuésemos capaces de sobrevivir a tan cataclísmico mañana --sin obviar el dolor de hambrunas y guerras que esta era provocará--, en el camino habremos malbaratado una herencia insustituible que llevó centenares de millones de años engendrar. El problema que se avecina es de una gravedad supina, pero lo más desconsolador es la indolencia de todos con respecto a nuestros vástagos; sí, aquellos mismos a los que cada día miramos a los ojos con amor y ternura; pero a los que, sin embargo, les legamos un futuro descorazonadoramente envenenado.