Los signos de exclamación no están de moda. Hace mucho que los escritores renegaron de ellos. Hay muchos que no los utilizan nunca. Otros presumen de usarlos con tanto cuidado que en una novela de 500 páginas solo se permitieron uno. Se trata, como todo, de un fenómeno mutante. Si el Romanticismo fue la época de las exclamaciones y los puntos suspensivos, la actualidad parece ser todo lo contrario. Tiene que ver con el cambio de los gustos, con la tendencia a la economía de la puntuación y también, creo, con el abuso que hemos hecho de ellos. En teoría, las exclamaciones deben ayudarnos a enfatizar un mensaje, pero a fuerza de emplearlas para todo --enfado, alegría, rabia, sorpresa...-- han terminado por no significar nada.

Tal vez esa ambigüedad es culpable de que los políticos los utilicen muy poco. En los últimos dos días lo he observado bien. He analizado los perfiles de Twitter de los presidenciables a las próximas elecciones generales y también de varios de sus segundos de a bordo. Solo uno de ellos tiene exclamaciones en la presentación de su perfil: Pablo Iglesias. Casi ninguno los utiliza en los mensajes de campaña. Solo la alegría inequívoca les anima a hacerlo. El tercer título mundial de la boxeadora Joana Pastrana fue, por ejemplo, la noticia que más exclamaciones inspiró entre nuestros líderes políticos durante el pasado fin de semana. Por lo demás, reina una absoluta sobriedad tanto a la izquierda como a la derecha. Tal vez les sorprenda saber que también entre las mujeres —Irene Montero e Inés Arrimadas—, y eso que las chicas tenemos fama de escribir con más exclamaciones. La mujer que más las utiliza, y no siempre para alegrarse, es Rosa Díez. El hombre más exclamativo, con mucho, es Pedro Sánchez. Aunque no creo que le gusten. Pienso que, en general, las exclamaciones y los políticos se llevan fatal.

Ahora que me doy cuenta, tal vez esta sea la mejor razón para reivindicar las exclamaciones. ¡Ya basta de negarlas! ¡No seamos tibios! ¡Vivan los énfasis! ¡Exclamémonos!

* Escritora