Aestas alturas ya vamos conociendo con cierta precisión el fondo de ojo de los llamados nuevos partidos. Ciudadanos y Podemos han confrontado en diversas elecciones, numerosos parlamentos e innumerables ocasiones ante la opinión pública para que se conozca el talento que gastan sus líderes y dirigentes y también el manejo estratégico que hacen de ese material tan difícil de manejar que llamamos política.

Pablo iglesias decepcionó con su carácter áspero, maneras autoritarias y escasa inteligencia emocional para gestionar grandes grupos. Así le va a su partido; hoy es un tumulto de egos con sus propias siglas cada uno. Albert Rivera (Alberto Carlos ahora) padece de la misma suficiencia autoritaria y le sobra vanidad como a su antónimo político --aunque compañero de tándem tanto tiempo contra el bipartidismo-- y algo aún más peligroso para un político: no encuentra su lugar. O dicho de otra manera y suave: cambia con demasiada frecuencia de posición en el tablero ideológico.

Amaneció desnudo a la política como azote inocente del nacionalismo catalán tratando de cubrir el flanco que el PP ya no podía defender por su carencia total de credibilidad. Entonces se llamaba Albert, y cuando observó el hueco que le dejaba la decepción socialista se proclamó socialdemócrata.

Desde entonces su partido y él --aun tan jóvenes-- juegan con las mismas cartas que los partidos que aspiran a superar. Pablo Iglesias y él han envejecido tanto en tiempo tan corto que el Pedro Sánchez --que dieron por finiquitado y al que miraron con suficiencia por encima del hombro («a este me lo como de un bocado»)-- les gana por la mano en oportunidad, habilidad táctica y discurso. Quienes están contra las cuerdas ahora son ellos y el PP de esa inmensa improvisación que dirige Pablo Casado.

Todos (aquí incluyo también al PSOE) creen que en las próximas elecciones se juega solo el gobierno de España, pero ese no debería ser el objetivo único, sino el paso imprescindible para afrontar el reto decisivo de nuestro tiempo político: democracia o populismo autoritario.

Alberto Carlos Rivera se equivoca de plano al jugar ahora con ese binomio PP-Vox (dos partidos en la misma moneda) que lo arrastra hacia posiciones difícilmente conciliables con la derecha democrática y moderada. No se discute hoy monarquía o república, como se debatió en el verano del año 1930 en lo que llamó pacto de San Sebastián, sino Europa o su ruptura. En aquella ocasión histórica fue la derecha liberal de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura la que inclinó la balanza política hacia el progreso y la democracia. Hoy Alberto Carlos Rivera opta por quedarse en el bando reaccionario al equivocarse creyendo que la clave electoral está en Cataluña.

No percibe --como tantos-- que la grave crisis catalana, que tanto daña a todos, solo se puede superar con diálogo en una Europa democrática, fuerte y unida. La Europa de los estados de nuevo que pretende el populismo y sus enormes apoyos políticos, Rusia y Estados Unidos, que achatarraría a «la burocracia de Bruselas», solo conseguiría incendiar aún más lo que hoy es solo un grave problema político y territorial de España.

* Periodista