Corregir exámenes es una labor ingrata, y en ello coincidimos tanto los que ya hemos dejado la docencia como quienes aún siguen en ella. El resultado final de esa actuación del profesor debe estar bien fundamentado, puesto que se halla en juego la credibilidad profesional de quien corrige. A veces, como le ocurría a Juan de Mairena (nos cuenta Antonio Machado), se puede poner en cuestión el propio modelo de examen. Así, nos dice que Mairena era muy benévolo como examinador, que sus exámenes eran brevísimos, pero que en algunas ocasiones no podía aprobar al examinando, de modo que cuando preguntaba: «¿Sabe usted algo del los griegos?», y la respuesta era que «los griegos eran unos bárbaros», Mairena le ordenaba retirarse, lo cual significaba el suspenso. Pero en alguna ocasión algún padre se presentaba para quejarse de la poca seriedad del examen, entonces se producía una escena violenta, y el padre se dirigía a Mairena «abriendo los brazos con ademán irónico de asombro admirativo» y le preguntaba si le bastaba con ver a un niño para suspenderlo. Entonces, Mairena salía de su habitual bonhomía y «rojo de cólera» respondía: «¡Me basta ver a su padre!». En otro lugar, al hablar de su Escuela de Sabiduría Superior, Mairena explica el contenido de uno de sus exámenes, consistente en la exposición de un tema: «Sobre el juicio». El alumno explica que había tres clases de juicios: de creencia, de experiencia y de razón, y puso ejemplos de cada uno de ellos. Cuando Mairena le preguntó con cuál de las tres clases el hombre se acerca a la verdad objetiva, respondió: «Acaso con las tres; acaso con alguna de las tres; posiblemente con ninguna de las tres». De nuevo el resultado era el suspenso.

Ni que decir tiene que hoy sería imposible que se produjeran situaciones como las citadas, se echarían encima del profesor desde la dirección del centro y las asociaciones de padres y madres hasta la inspección educativa. Además, en estos días se ha dado difusión a una sentencia judicial en virtud de la cual los padres tienen derecho a recibir una copia de los exámenes, pues al fin y al cabo se considera que estos son un documento que forma parte de un acto administrativo y el afectado tiene derecho a recibir toda la documentación referida a dicho proceso. En mi experiencia como alumno, durante la denominada entonces enseñanza media, era raro que algún profesor te mostrara los exámenes, se limitaban a darte a conocer tu nota y solo en contadas excepciones podías ver tus pruebas corregidas. Cuando fui profesor eran otros tiempos y todos los exámenes se entregaban. Siempre procuré establecer un compromiso con cada una de las clases en la cuestión de los exámenes. Ellos ponían la fecha, pero luego no se cambiaba bajo ninguna circunstancia, excepto fuerza mayor; se los entregaba corregidos el primer día de clase de la semana siguiente a la de la realización de la prueba y lo hacía en los últimos minutos de la clase para que vieran el resultado de su trabajo y las anotaciones pertinentes que justificaban la nota; quienes querían aclaraciones me lo hacían constar, y en los días siguientes los citaba uno por uno con el fin de proceder a las explicaciones pertinentes, e incluso a hacer correcciones si yo había cometido algún error.

En algunas ocasiones, sobre todo en las calificaciones finales, también acudían padres y madres a pedir aclaraciones, no me negaba a mostrar los exámenes, tanto los finales como los de todo el curso y nunca tuve una reclamación en toda mi vida docente. Y no es porque yo fuera mejor que nadie, pienso que todo es una cuestión de transparencia en tu trabajo, dejar claras cuáles son tus funciones y tus criterios, mantener siempre el diálogo abierto con tus alumnos y, por supuesto, esperar que nunca te toque alguno como los de Mairena.

* Historiador