Los contribuyentes españoles tienen hasta el próximo 1 de julio para presentar su declaración de la renta. Y todos ellos podrán elegir si deciden destinar el 0,7 por ciento de sus impuestos a la Iglesia, a diferentes fines sociales o si, por el contrario, deciden que directamente recaigan en las arcas públicas del Estado. Se trata de un referéndum que se efectúa al marcar o no una casilla en la que la Iglesia se la juega de año en año a través del veredicto de la ciudadanía. La «X», la asignación tributaria, es un ejercicio de libertad, plenamente democrático, que no va contra nadie ni contra nada, porque tal y como viene establecido por la vigente ley no ofrece una alternativa que pueda sentirse marginada. Asignar la «X» en la casilla de la Iglesia es igualmente un ejercicio de progreso y de solidaridad, como demuestra, con todo lujo de detalles y de transparencia, la memoria de actividades de la Iglesia. Y entender que apoyar la «X» en el casillero de la Iglesia en la declaración de la renta es ejercicio de progreso y de solidaridad lo avalan numerosas verificaciones. Una de ellas es la certidumbre, convenientemente estudiada y auditada por expertos en la materia, de que el impacto derivado de la actividad de las diócesis, parroquias y Cáritas es de 1.386 millones de euros, cinco veces más que lo que se recibe por la asignación tributaria. O que el 80 por ciento de la contribución económica de la Iglesia católica repercute principalmente en sectores de actividades sanitarias y servicios sociales, educación y conservación del patrimonio cultural. Ciertamente, hacer partícipes a quienes ya no pisan los templos de a qué dedica la Iglesia sus recursos es una forma de evangelizar a los que, quizá, hoy no creen en Dios ni en ella, pero sí en lo que la «X» representa. Un gesto tan sencillo como inclinarnos por los más desfavorecidos viene a ser como ese vaso de agua limpia y cristalina del que el Evangelio nos dice que no quedará sin recompensa.

* Sacerdote y periodista