Ahora que estamos en junio, en época de exámenes, que parece que va remitiendo la emergencia sanitaria y vamos volviendo a una cierta normalidad, debiéramos pensar en hacer una evaluación de lo que ha pasado. Una evaluación profunda de lo ocurrido, con datos y hechos, con análisis rigurosos de los errores y de los aciertos. Una evaluación de los procesos de formulación de las amenazas (¿no tenemos un Centro Nacional de Inteligencia que tiene como misión la de establecer escenarios, evaluar amenazas y analizar opciones, o sea, hacer planes de contingencia?, ¿hizo alguno de la pandemia?), de los procedimientos de toma de decisión política (¿cualquier amenaza debe suponer una suspensión de derechos constitucionales?), de los sistemas de respuesta directa (por ejemplo, el sistema sanitario) y de los sistemas de control (fuerzas de seguridad), así como de los mecanismos de paliación de las consecuencias (ayudas, etc). En definitiva, debiéramos hacer una evaluación completa, sin gritos, sin emociones y, a ser posible, sin ideología. Porque reconociendo la verdad de los hechos, analizándolos y buscando medidas prácticas y realizables minimizar el riesgo de otra crisis parecida. Si no evaluamos, o evaluamos mal, no aprenderemos, la experiencia no nos hará más fuerte como sociedad.

Y lo primero que hemos de evaluar es el procedimiento para abordar amenazas similares. Preguntas como ¿hay un organismo que se encargue de evaluar este tipo de amenazas?, ¿qué tipos de amenazas sanitarias, por muy remotas que sean, son las que podrían ser tan serias como la que hemos vivido?, ¿es una amenaza reproducible?, ¿tenemos modelos que simulen los distintos escenarios?, ¿son fiables?, ¿cómo conoceríamos la situación?, ¿qué medidas inmediatas habría que tomar?, ¿quién las toma y con qué mecanismos legales?, ¿a quién hay que avisar?, ¿cómo se comunican a la opinión pública?, ¿qué recursos habría que movilizar?, ¿está el sistema sanitario preparado?, ¿cuál es el criterio para escoger el mejor curso de acción? etc... Preguntas que cualquiera que haya hecho un plan de contingencia con una cierta profundidad sabe formular, y que me consta que se formulan, y sobre las que se realizan informes diarios o semanales, aplicadas a amenazas terroristas, ciberguerra o crisis diplomática y militar con «algún vecino del sur», pues para eso están los servicios de inteligencia e información y los «juegos de guerra o simulaciones» que ha de realizar cualquier Gobierno serio.

Luego, hay que evaluar los recursos con los que se cuentan para hacer frente a las amenazas, pues preparar un plan sin tener los recursos y, sobre todo, sin prepararlos es tan absurdo como pensar que una amenaza posible es una guerra y no tener un ejército. Así pues, de la misma forma que se prepara un conjunto de recursos humanos, materiales y organizativos para hacer frente a una amenaza de uso de la fuerza por parte de otro país, deberíamos, al menos, tener identificados los recursos humanos, materiales y organizativos para hacer frente a una nueva pandemia. Es decir, tendríamos que conocer y evaluar realmente cómo es nuestro sistema sanitario. Y me estoy refiriendo al sistema completo, y no solo quedarnos con lo que siempre nos quedamos: el número de sanitarios de todos los niveles o el número de camas. Pues un sistema sanitario completo es mucho más. Son laboratorios con sistemas de diagnóstico, industrias farmacéuticas y suministros médicos, industria de aparatos médicos, etc; como son facultades de medicina y enfermería, pero también centros de investigación; como son bases de datos y programas de seguimiento de pacientes con big data; como son mecanismos de coordinación y asignación (mando y control), etc.

Evaluemos, por favor, evaluemos seriamente. Lo peor que puede pasar es que averigüemos que teníamos planes que no se aplicaron, o que tenemos un sistema sanitario que, al margen de un personal sanitario entregado, es incompleto, adolece de falta de medios, tiene una alta dependencia de tecnología exterior y es un caos organizativo. Lo mejor es que, a partir de ahí, cualquier decisión lo mejora. O no.

* Profesor de Política Económica

Universidad Loyola Andalucía