No todos los males de la Ciencia en España se derivan de la escasez endémica de recursos. Otra de las causas más importantes del deterioro de la investigación científica es la errónea evaluación de científicos, grupos, y centros. Esta evaluación empezó cuando entraron los primeros gobiernos socialistas con la creación de la Cneai (Comisión Nacional de Evaluación Actividad Investigadora-individual), la ANEP (Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva) y la Aneca (Agencia Nacional de Evaluación y Acreditación) que la formalizó el PP. Ahora se ha creado una Agencia Nacional que asume las competencias evaluadoras de la ANEP pero sin el presupuesto imprescindible para obtener valor añadido. En todos estos organismos he participado activamente con cargos de responsabilidad en sus etapas iniciales en los tiempos heroicos en España, donde estábamos acostumbrados a no ser evaluados durante siglos.

Aparentemente pues, se evalúa la actividad científica en España. Pero el problema es que se sigue enfocando mal. Se mantienen los errores endémicos así como los paradigmas evaluativos de hace 30 años con una mínima adaptación. Hay que tener en cuenta otros aspectos que pueden ser más relevantes. Ello implica un cambio de la estrategia evaluativa individual y colectiva de la actividad científica, que se base en los siguientes enfoques:

1.- Aumentar las inversiones en la evaluación científico-técnica, favoreciendo el peer-review, evitar las prisas para profundizar en el objeto de la evaluación, remunerar bien a los evaluadores, reducir a mínimos la importancia de la evaluación individual en casa, etc. Invertir en una evaluación de calidad es apostar por la mejora de la investigación.

2.- Evitar la evaluación científica exclusiva por números, que es la más barata pero casi siempre la más injusta. España necesita científicos especialistas en la evaluación de innovación científica y no contables de números científicos. Los científicos evaluadores deberían dedicarse a tareas más trascendentes, como aprendí de comités evaluadores internacionales en los que he participado. Debe abortarse la evaluación casi exclusiva al peso, que fue necesaria en los 80 en España, pero fuera de juego en la actualidad. Muchas veces me han dicho colegas extranjeros que los españoles padecemos enfermedades como «impactitis», «numeritis», «articulitis»... sin valorar las trayectorias, y las aportaciones verdaderas y netas de calidad y trascendencia. Los números son solo los arboles que impiden evaluar correctamente el bosque de la Ciencia y la Tecnología. Son necesarios (sin ellos no hay bosque) pero no suficientes.

3.- Soslayar errores endémicos al establecer criterios evaluadores excluyentes. Recientemente la Aneca los ha puesto para la acreditación a profesores titulares y catedráticos de universidad: un mínimo de artículos publicados (75 para titular y 150 para catedrático en el área de Ciencias) que no se justifican en el documento. ¿Por qué 150 y no 122? Este baremo impediría que muchos Premios Nobel pudiesen ser catedráticos de la universidad española. Vamos por el mal camino.

4.- Evitar drásticamente la confusión, a veces interesada, entre la verdadera innovación y la trasferencia de conocimiento y tecnología. En el último Plan Estatal, denominado de I+D+i, se minimiza de nuevo la «i» y se la llama incorrectamente «innovación»; por cierto que ya no aparece en el glosario del Programa 2020 de la UE. ¿Es que la I+D no requiere innovación? La verdadera innovación es la que propiciaron Einstein y Kuhn, la que implica imaginación, rotura de fronteras mentales e interáreas, crear nuevos paradigmas, evitar repeticiones, posibilidad de fracaso...

5.- Aceptar que la burocracia es un mal endémico in crescendo en la evaluación científica en España. Dimití de la Aneca por estar en contra de programas como el Docentia, un monumento a la burocracia más terrible. La simplificación y la eficiencia deben imperar en los organismos evaluadores españoles del siglo XXI. Es endemoniado para un solicitante presentar un artículo del CV: hay que rellenar casilleros y casilleros, con datos que están ya en las bases de datos científicos. Se debe solicitar solo la información que se usa para tomar decisiones.

6.- No propiciar la excesiva simplificación que tampoco es recomendable. No es de recibo que la CNAI siga concediendo sexenios de investigación solo valorando 5 méritos y no el CV del solicitante en los seis años evaluados. No se tienen en cuenta las trayectorias profesionales. Otra vez se juzgan solo números (índices de impacto). A muchos Premios Nobel se les denegarían sexenios.

7.- Evitar la manipulación de los datos científicos como el empleo poco honesto de resultados de una evaluación (concesión de sexenios CNAI) con un claro objetivo finalista (incremento de salario por productividad) para otros fines no previstos pero mucho más relevantes (número mínimo de sexenios para la acreditación) como ha sido hasta ahora.

8.- Potenciar la valoración cualitativa de la ciencia para que se realice la evaluación de forma integral, global junto con la cuantitativa. La propia interpretación de una trayectoria basada en números es una aportación de gran valor, que debería tener una relevancia en el resultado de la evaluación. La contextualización de la labor científica es esencial.

9.- Forzar la rendición de cuentas (no solo económicas) en el ámbito científico. Desde siempre se ha hecho un énfasis desmesurado en la evaluación ex ante y mínimo en la evaluación ex post. La evaluación integral es pues una asignatura pendiente.

10.- Propiciar que los científicos, grupos y centros de alta calidad sean los más favorecidos en la evaluación científica en España. Hay que «castigar» a aquellos que solo calientan asientos, que no buscan la verdadera innovación sino maquinas de publicar artículos sin mucho esfuerzo creativo, están solo preocupados por los meritos, meritillos, números, y conspiraciones.

* Catedrático jubilado de la UCO