Es cierto que no termina de funcionar bien. Es una máquina complicada, pesada y, en muchos casos, poco eficaz, para lo que podría ser. Y, sin embargo, es necesaria porque, en estos tiempos que corren, sin ella los viejos Estados que una vez gobernaron el mundo, hoy no serían nada más que pequeñas marionetas en manos de los nuevos amos del mundo.

No termina de funcionar bien como democracia, pues hay aún muchas reminiscencias estatales e instituciones poco electivas. Pero, al mismo tiempo, es la garantía de que un conjunto básico de derechos políticos, el otro pilar de la democracia, no puede ser vulnerado sin costes importantes. Europa no es una democracia, ni puede serlo, porque no es un Estado, pero es un espacio político en el que los derechos democráticos elementales, aquellos que configuran la base de cualquier democracia (opinión, reunión, elección, etc.), están garantizados. Europa no es una democracia, pero es más que eso, pues es la garantía de que todos los Estados que pertenezcan a ella sean democracias. Y, aunque solo fuera por eso, Europa es necesaria en los tiempos de populismos y nacionalismos totalitarios que corren.

Tampoco termina de funcionar bien como potencia, pues su política exterior es débil. Demasiado condicionada por los complejos del pasado colonial, por la estrategia comercial de Alemania y por la dependencia militar de los Estados Unidos. Pero no deja de ser un actor clave en la diplomacia económica mundial y la primera potencia comercial del mundo. Como no deja de ser el primer donante mundial de ayuda y tiene un papel moderador en la mayoría de los conflictos. Europa no tiene una política exterior unificada, pero a los Estados europeos les iría mucho peor en sus relaciones con Rusia, Turquía y otras potencias, así como en los conflictos al otro lado de sus fronteras, sin esa imperfecta política exterior común. Y, aunque sólo fuera por los acuerdos comerciales y porque el mercado europeo es mucho más que la suma de los mercados de los 27 (+1), Europa es necesaria en los tiempos de superpotencias económicas que andan a la gresca y quieren modificar según sus intereses las reglas del juego.

Realmente no termina de funcionar como mercado único de bienes y servicios, ni como mercado laboral, ni como espacio de conocimiento e innovación. Pero, ni los países ricos como Alemania o Francia, ni los más pobres como España o Portugal, hubieran alcanzado el nivel de renta que tienen sin el Mercado Único: los ricos porque no hubieran tenido mercado para sus bienes y sus inversiones; los pobres porque no hubieran recibido las transferencias de inversión, rentas y tecnología que han recibido. No es perfecto, pero Alemania no sería lo rica que es, ni España tendría la renta que genera, sin el modelo de crecimiento de integración con ayudas. Europa, el mercado europeo, así como los fondos europeos, son necesarios para cada una de las economías europeas en estos tiempos de economías de escala y de hiperglobalización. Como es necesario el euro y sus reglas porque es la clave de bóveda de este modelo. Y, aunque sólo fuera porque nos hace más competitivos, Europa es necesaria.

Desde luego, no termina de funcionar como mecanismo de cohesión social y de distribución de renta, como no termina de ser tierra de acogida para los que huyen del conflicto y la pobreza, pero esto, lejos de ser culpa suya, lo es de los Estados que no son capaces de transferir competencias impositivas y sociales a Europa, y no piensan en términos de una ciudadanía europea, ni de derechos humanos. Europa no es más social, ni reequilibra las deficiencias de la distribución de las distintas economías, porque, lejos de querer construirla más potente, los Estados andan a la caza de ventajas de corto plazo.

No, ciertamente, no termina de funcionar como a los viejos europeístas nos gustaría. Pero no perdemos la esperanza, porque Europa es, para nuestra democracia, nuestro papel en el mundo, nuestra economía y nuestro futuro, sencillamente, necesaria.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía