Érase una vez una Unión que de tanto alertar de que venían los populistas se fue haciendo a la idea. En algunos lugares los fantasmas de la ultraderecha fueron conjurados a tiempo (Francia, Países Bajos); pero los partidos antiinmigración, antieuropeos y reaccionarios se fueron abriendo paso en parlamentos y gobiernos. Ya no eran solo los «díscolos» del Este, (Hungría, Polonia); a ellos se sumó Italia, el más llamativo, el más frustrante, por ser miembro fundador y tercera economía de la eurozona; también Austria, Estonia...

Mientras España celebrado una campaña electoral en la que Europa y el mundo han brillado por su ausencia, el resto de países calienta motores para las elecciones al Parlamento europeo que se celebrarán entre el 23 y el 26 de mayo. Y el espacio público se llena de pronósticos y predicciones que auguran un panorama muy diferente al que ha tenido hasta ahora la Eurocámara.

Un reciente estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) dibuja un Parlamento europeo con un reparto equilibrado entre el bloque de la derecha, el de la izquierda más los verdes, y los eurófobos. Hasta es probable que estos últimos se configuren como el segundo grupo más grande, con un 35% de los escaños, solo por detrás del bloque conservador. El resultado final variaría ligeramente en el caso de que al final Reino Unido no llegara a participar, pero no alteraría en lo fundamental este proyectado reparto. En tal escenario, el papel de bisagra le correspondería al grupo liberal (el actual ALDE) y a La República en Marcha, el partido del presidente francés, que se presentará por primera vez a estos comicios.

El culebrón del brexit vive aquí un nuevo capítulo. La primera ministra, Theresa May, ha manifestado que hará todo lo posible por evitar que su país tenga que acudir a las urnas europeas, pero el acuerdo con los laboristas que lo evitaría sigue pareciendo hoy más que lejano. A ello se suman las amenazas de los brexiters más duros, que prometen torpedear el trabajo del Parlamento europeo si son obligados a participar en las elecciones. De ahí también la nueva fecha acordada para su salida, justo antes de que tome posesión la nueva Comisión Europea y, por tanto, de que empiece realmente el nuevo periodo político en la Unión. La consecuencia más visible del reparto que pronostica ECFR es que «la gran coalición del Partido Popular Europeo y de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas dejarían de tener la mayoría de los escaños en el Parlamento europeo. Así pues, estas familias políticas tendrán que trabajar con otros grupos para poder hacer avanzar el proyecto europeo».

Según otro estudio, este de la Fundación Berteslmann, un 10% de los ciudadanos de la Unión tienen previsto votar a partidos de extrema derecha o populistas. Y lo harán no tanto por apoyar a una formación determinada, sino para mostrar su oposición a otras. Es el voto del cabreo, de la indignación, que tan presente ha estado en los últimos tiempos y que en las elecciones europeas, con la distancia con que son percibidas, tiene todavía un peso mayor.

Por otra parte, muchos expertos en las cosas de la Unión ven un elemento positivo en el hecho de que si hasta hace relativamente poco los partidos populistas abogaban por una salida de la Unión, ahora parecen haber abandonado ese discurso y se muestran en su lugar partidarios de reformarla.

En el otro espectro de las encuestas, una de Kantar revela que, pese a este panorama, más del 80% de los ciudadanos de la UE apoya la permanencia de sus respectivos países en el proyecto común, con países como Portugal, Luxemburgo o Irlanda con cifras por encima del 90%. No es de extrañar que el porcentaje más bajo se dé en Reino Unido, ojo, con un 55% a favor de la permanencia, seguido de República Checa (un 66%) e Italia (un 72%). El reto tradicional de los comicios europeos ha sido el de la participación (algo más del 42,6% en los del 2014). Una buena parte de la ciudadanía parece no ser consciente de la importancia de las decisiones del Parlamento europeo en los más pequeños detalles de sus vidas cotidianas. De ahí las llamadas a movilizar el voto, especialmente el de los jóvenes, desde las más diversas instancias, empezando por el propio Parlamento europeo. Es sabido que una baja participación suele favorecer a los partidos antisistema, que cuentan con votantes más motivados.

Por ello es necesario seguir insistiendo en la relevancia de estas elecciones, en las que todos los ciudadanos europeos nos jugamos mucho. No basta con alertar, hay que actuar para que, cuando llegue el lobo, como parece, nos pille preparados.

* Directora de EsGlobal